viernes, 4 de mayo de 2018

Dos ensayos diferentes: Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, Teoría y práctica de La Habana


Dos ensayos diferentes: Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, de Thomas De Quincey y Teoría y práctica de La Habana, de Rubén Gallo (ambos de Jus Ediciones)

Antes de caerme dentro de estos dos libros, absorbido por su potencia y radicalidad (porque son esa clase de libros que no te sueltan), conocía poco más que el nombre de Thomas De Quincey como autor de dos de esos libros que se citan mucho y no sé cuántos habrán leído realmente: Del asesinato como una de las bellas artes y Confesiones de un inglés comedor de opio. De Rubén Gallo no sabía absolutamente nada. Leídos en paralelo creo que sus efectos se han multiplicado, reforzando la lectura de uno la del otro.

Empiezo por De Quincey, por aquello de ser un autor clásico, venerable, admirado por Borges, como bien nos recuerda la edición de Jus. Thomas De Quincey fue esencialmente un ensayista de la primera mitad del siglo XIX, y llamarlo venerable debe ir acompañado de otras experiencias vitales como fueron su alcoholismo y adicción al opio. Su sentido del humor es fino, inteligente, y si se es lector de Borges no es difícil entender por qué sentía predilección por él. Los ensayos aquí recogidos, todos cercanos de una u otra manera a la idea de religión, están escritos desde la experiencia y reflexión exclusivamente personal. De Quincey lee a los clásicos, rastrea, saca conclusiones y las expone con gracia y con un ánimo provocador que en algunos momentos le cuesta disimular. Se agradece, no obstante, ese afán provocador.

Judas Iscariote, el primer ensayo del libro, retrata la figura del famoso traidor no como la de un traidor sino la de un incomprendido. Alguien al menos tan bueno como Jesucristo que solamente quiso acelerar un poco el proceso que sentía que estaban poniendo en marcha. Le parecía a Judas que Jesucristo tenía muy buenas intenciones pero le faltaba decisión, y le ayuda a acelerar el proceso. La idea, como se ve, es atractiva. Desde su ironía y lucidez, De Quincey es un pesimista, o eso me ha parecido, y los dos siguientes ensayos, Sobre la guerra y Sobre el suicidio, van en esa línea oscura. Sobre la guerra viene a intentar demostrar que da igual lo racionales y positivistas que los seres humanos se vuelvan, las guerras nunca desaparecerán (y más de 150 años después así sigue siendo), y Sobre el suicidio toma como partida un poema de John Donne para reflexionar sobre este hecho, adelantándose en algunos aspectos al Mito de Sísifo de Camus, compartiendo ambos, me parece, la idea de que no hay nada más humano que la tentación de acabar con la vida propia. La superstición moderna, el último ensayo, viene a oponerse a las ideas de luz e ilustración que traía su época, y no por oposición a las ideas, que De Quincey comparte en su mayoría, sino en cuanto a su optimismo, a la propia idea de que el raciocinio podría imponerse a la superstición. De Quincey incluye en una misma categoría a las religiones organizadas y a las supersticiones, y aunque en ese sentido se sitúa en el bando contrario, parece compartir el espíritu de la frase de Chesterton que dice: “Cuando se deja de creer en Dios enseguida se empieza a creer en cualquier cosa”. En este último ensayo De Quincey se resigna a que nunca desaparecerán de entre las costumbres humanas la tendencia a creer en lo sobrenatural, a pedir su protección, a dejarse guiar por sus intérpretes. Y casi considera que las religiones tradicionales vendrían a ser el mal menor.

Rubén Gallo es un profesor mexicano afincado en los Estados Unidos, donde trabaja en la Universidad de Princeton. Mirando un poco en la entrada que la wikipedia en inglés le dedica podemos ver que sus especialidades son los intercambios culturales entre Europa y Latinoamérica, ya que ha escrito libros sobre la influencia de Sigmund Freud y Marcel Proust en Latinoamérica, sobre las vanguardias mexicanas, escritores heterodoxos y la propia Ciudad de México. Su enfoque general parece partir de la postura de un típico liberal estadounidense (y cuidado con la palabra, que en España se asocia a otras posturas mucho más derechistas) y la llamada a leerlo en la faja de la editorial de Vargas Llosa (con quien compartió el libro Conversación en Princeton) podría hacer pensar que se trata de un observador mucho más ideologizado de lo que realmente es. Y se agradece.

Rubén Gallo llegó para pasar 6 meses a La Habana en 2015, y tratando de mirar la ciudad con ojos desprejuiciados, construye un recorrido divertido y desquiciado por los rincones ocultos de La Habana. Y según su mirada cualquiera de sus rincones puede serlo. No conozco La Habana y ni siquiera he leído demasiados libros sobre ella, pero la entrada en este libro, la irrupción de un cabaret astroso y lleno de seres marginados hasta no hace tanto en Cuba, no solo marginados sino perseguidos, ahora convertidos como le dice su interlocutor en los triunfadores, la nueva clase media, los gays, esa llegada a ese espectáculo musical entre decadente e irresistible, me parece una imagen insuperable de una ciudad y de una sociedad, y me ha llevado a recordar una lectura que en su momento me encantó, La Habana para un infante difunto, de Cabrera Infante.

2015 no pudo ser un año más señalado para llegar a La Habana, pues en ese verano se firmó el primer acuerdo de (más o menos) desbloqueo de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Rubén Gallo retrata en Teoría y práctica de La Habana a una sociedad caótica, donde se sobrevive como modo natural de existencia, y dibuja sin insistencia y alejado de dogmatismos a favor ni en contra los cambios que se han producido desde la Revolución de 1959, jugando con el título podemos decir que hay mucha más práctica habanera que teoría cubana. Fidel está muerto y la portada, ese Che Guevara maquillado en tonos rosas es perfecta, pues su imagen icónica, pura publicidad desde hace décadas, sirve de base para retratar los cambios. Y los cambios políticos, como suele suceder en las dictaduras, empiezan por los cambios en las costumbres. La apertura, por pequeña que sea, se nota. Y donde no está abierto los habaneros tienden a hacer como que sí, e igual que en los relatos de Pedro Juan Gutiérrez se goza y se palpita dando la espalda a la oficialidad, a un Estado que es un Todo que en teoría asfixia pero que prefiere no mirar hacia algunos lugares.

Gallo no trata de decir en su libro que ha entendido qué es La Habana en 6 meses, porque sería absurdo, sino que nos enseña su viaje interior y cuela testimonios, miradas, problemas que vio en ese tiempo. Va de lo personal para enseñarnos la colectividad, sin dar lecciones, recibiéndolas, más bien, lo que nos pone instintivamente de su lado como lectores y nos hace pedir más. Pero, por desgracia, el libro se acaba, la ventana se cierra, le tenemos que decir adiós a La Habana. Y nos despedimos con la risa en la boca y las lágrimas en los ojos.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E



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