miércoles, 30 de mayo de 2018

mucha muerte, de Max Aub


mucha muerte, de Max Aub (Cuadernos del Vigía)


De Max Aub leí en 2015, y me enamoró, La gallina ciega. Vi a un narrador escéptico, irónico, desencantado, lúcido, que veía venir, a finales de los años 60, después de tres décadas de exilio y en algunas ocasiones también penurias, lo que se estaba cociendo y preparando de cara a la Transición política, inevitable porque antes o después, y fueron casi 40 años, Franco se moriría (Max Aub murió antes, en 1972). La obra magna de Max Aub son las seis novelas que conforman El laberinto mágico, a las que reconozco no haberme acercado todavía. Después de que la Fundación Max Aub tuviera a bien concederme este año su prestigioso Premio de Cuento, pensé que era el momento de leer algo más de Aub.
Llamado por su título cogí de una mesa de novedades de la biblioteca, hace unas semanas, mucha muerte, un libro de relatos (¿? algún nombre hay que darles) alrededor de la idea de la muerte.

¿Usted no ha matado nunca a nadie por aburrimiento, por no saber qué hacer? Es divertido
De Crímenes ejemplares

El libro original sobre el que se construye esta edición son los Crímenes ejemplares del autor, y a esta base se añaden selectos añadidos: más crímenes, infanticidios, suicidios, más infanticidios, epitafios y una extraña coda, Signos de ortografía, que será del gusto de todos aquellos aficionados a la tipografía, los errores, las imprentas y en general el papel y la tinta.

No se pudo dormir hasta acabar de leer aquella novela policíaca. La solución era tan absurda, tan contraria a la lógica, que Roberto Muñoz se levantó. Salió a la calle, fue hasta la esquina a esperar el regreso de Florentino Borrego, que firmaba Archibald MacLeish – para mayor inri y muestra de su ignaridad –; lo mató a las primeras de cambio: entre la sexta y la séptima costilla.
De Crímenes ejemplares

La idea inicial de los Crímenes ejemplares es ir mostrando, a modo de breves textos, lo que hoy llamaríamos micro – relatos y que entonces no se llamaban aún así, distintas motivaciones para matar. Con la intención, o al menos con el resultado, de dejar en el lector la sensación de que los motivos para inflingir daño, incluso para matar, a otro ser humano, no necesitan ser demasiado graves en muchos casos. Ni graves ni nobles ni elevados. En muchos casos parece que lo normal sería estar matando casi continuamente a otros, a todos aquellos que nos enervan, provocan con su estupidez, miran mal, hablan mal. Los textos, que a veces se acercan a lo narrativo y cuentan una historia completa en cuatro líneas y en otras parecen aforismos o hasta ensayos sobre lo estúpido de la vida y las creencias y barreras mentales que nos imponemos o nos imponen (Lo maté porque era de Vinaroz).

No se culpe a nadie de mi muerte. Mentira, siempre se suicida uno por culpa de alguien. Nadie siempre es alguien.
¿Quién es nadie? - clamaba el Comisario
De Suicidios

Los infanticidios vienen a subrayar aún más lo negro del conjunto, lleno de humor, sarcasmo, una mirada a la vez compasiva e implacable sobre la especie humana. Con los niños convertidos en especie sobreprotegida en las últimas décadas, desde que escasean, impacta la lectura de algunos de estos desahogos de padres y profesores superados. Los epitafios imaginativos son en sí mismo un género literario, y Aub lo trabaja con brillantez. El conjunto del libro brilla, hasta el punto de que a veces se atasca en su propia búsqueda de la sorpresa. Va resultando (lógico, por otro lado) menos sorprendente según se avanza por él, aunque en todo momento sorprende, regala una idea nunca antes pensada, o pone palabras a pensamientos ocultos.

Ya no sirvo para nada
De Suicidios nuevos

Merece mucho la pena enfrentarse a un libro así, libre, literario, vivo (pese a la contradicción con el título), que ha resistido perfectamente el paso del tiempo, porque algunos de los textos fueron rescatados para la edición de 2011 no dejan por ello de estar escritos en los años 60, y algunos antes. Es un libro perfectamente contemporáneo, que puliendo ciertas incorrecciones políticas un autor joven y que quisiera pasar por moderno podría presentar como arriesgado e innovador todavía hoy (para poner nombres, y ya no jóvenes, este libro podría haberlo presentado este mismo año, como novedad dentro de su curioso proyecto de obra, un autor como César Aira). Porque lo vanguardista nunca acaba de asentarse, me temo, y vuelve cíclicamente a llamar a la puerta de los editores y lectores, esperando quizá que sea su momento, el de cierta renovación, el de asumir el siglo en que se vive y se escribe. No sé. Tal vez el camino adecuado sea el de Aub, escribir por delante, o en paralelo a las corrientes que dominan. Y quedar en el presente continuo, a la espera del futuro.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E

miércoles, 23 de mayo de 2018

Philip Roth, novelista


Philip Roth (1933 - 2018)

Por mi escritorio de trabajo rondan siempre 5 o 6 libros que me acompañan mientras escribo, porque a veces me detengo y me pongo a leer un rato, o simplemente me dan seguridad, parece que me aconsejan incluso con las tapas cerradas. Son libros que un día cojo de las estanterías y traigo para buscar algo en ellos y ahí se quedan durante meses, inmunes a limpiezas. Se ha muerto Philip Roth hoy y me he quedado mirando Pastoral americana y el volumen de Zuckerman encadenadado, que desde enero aproximadamente están sobre esa mesa, en labor guardiana (junto a Los detective salvajes, los Cuentos selectos de John Cheever y Tobias Wolff, El desierto de los tártaros y los Diarios de Kafka). Hace algo más de un año publiqué una entrada sobre mis novelistas preferidos, y dejando claro entonces (y ahora) que no sabría ordenarlos exactamente, sé que Philip Roth, junto con Don DeLillo, son quizá mis dos novelistas (analizados a través del conjunto de sus novelas, y siendo dos escritores de los que he leído prácticamente todo lo que han publicado) preferidos. Ni sabía ni sé cuál en el número 1 y cuál en el 2, y quizá es una cuestión de días y sensaciones. Roth es más carnal, más sensitivo, realista, y a cambio es menos mágico con la sintaxis, el lenguaje y el trabajo específicamente literario. Pero no pensemos que es un escritor que no poseía herramientas técnicas de primera, pues lo era. Siempre supo ajustar perfectamente narradores, puntos de vista, jugar a meter narradores interpuestos, confundir ficción y realidad como nadie, pasar del párrafo complejo a la oración sencilla, jugar a la metaliteratura, a la innovación. Ha retratado la cara oculta del hombre occidental durante más de cincuenta años. Supo retirarse. No le dieron el Premio Nobel, lo que le iguala por ejemplo a Nabokov, Borges o el propio DeLillo. Ni falta que le hacía el Nobel. Ganó todos los premios habidos en el mundo anglosajón y a nivel internacional salvo ese, y hace más de veinte años que nadie discutía su lugar en el panteón de los grandes narradores del siglo XX.

Por si a alguien no hubiera leído aún a Roth y le interesara mi opinión sobre por dónde empezar con su obra, recomendaría, en riguroso orden personal:
1. Pastoral americana
2. La mancha humana
3. Me casé con un comunista
4. La contravida
5. Operación Shylock

Aprovecho aquel texto del año pasado como base, y añado algunos detalles más, simplemente.
Philip Roth: Los estadounidenses llevan doscientos años buscando a quien escriba La Gran Novela Americana. Tanto que al final el propio Roth tituló así una novela de 1973 sobre el baseball. No es esa, sin embargo, su gran novela. No sabría decir cuál es la gran novela de Philip Roth, que creo que es, en general, su obra. Sus novelas van formando un gran mural de los Estados Unidos en los últimos cincuenta años, y por extensión de Occidente. Desde su primera novela, que ya era muy buena, Deudas y dolores, aunque quizá no esté exactamente en su línea posterior, sino más clásica y aún sin la arrolladora personalidad narradora de Roth. Cuando ella era buena es una novela también extraña en su obra, antecesora de Me casé con un comunista, aunque bastante menos lograda. El lamento de Portnoy escandalizó al mundo, y sigue divirtiendo hoy a quien se acerque a sus trescientas páginas de disparates y mala leche. La saga de Zuckerman (particularmente me encanta La visita al maestro, en la que por primera vez aparece el personaje de Nathan Zuckerman, y que muestra el tránsito de escritor académico a fenómeno de masas que se produjo con Roth tras El lamento de Portnoy) es un ejemplo magnífico y extremo de autoficción. Operación Shylock es un juego metanarrativo que limita con la novela kafkiana, aunque quizá su texto más kafkiano (o casi gogoliano, por su clara base en La nariz, del autor ruso) sea El pecho, en la que David Kepesh, otro académico, viaja desde la incapacidad para relacionarse de manera profunda con las mujeres hasta una transformación (en principio divertida, pero luego terrible por lo que le supone de aislamiento) en un pecho, una teta enorme que se pasea por Manhattan. 
Quizá, si tuviera que elegir una de sus novelas, diría Pastoral americana: dura, profunda, triste, la destrucción de la familia, la vida. Para mí, perfecta. Junto con Me casé con un comunista, La mancha humana (una novela que impugna la mera idea del realismo literario, pues se lee con pasión, se vive, sufre, es quizá mi segunda novela preferida de Roth, y es, sin embargo, si se piensa bien, inverosímil en muchos aspectos) y El teatro de Sabbath demuestran que Roth tuvo unos años noventa (su sesentena) de primera división, quizá su mejor época como autor, escribiendo grandes novelas a un ritmo de una cada dos años. La conjura contra América, de 2004, es para mí su última gran novela, un juego antihistórico que ya hablaba de la América de Donald Trump, y que aparte del sexo, las relaciones destructivas con las mujeres y las bombas contra la familia, toca el que es otro de los temas más repetidos en su obra: la persecución a la que nos pueden someter en las sociedades supuestamente libres.

lunes, 21 de mayo de 2018

Cuentos escogidos, de Shirley Jackson


Cuentos escogidos, de Shirley Jackson (Minúscula)

Si todos los cuentistas descendemos, directa o indirectamente, con mayor o menor éxito, de Edgar Allan Poe, no debe extrañarnos que muchos de los grandes logros de la narrativa breve se sitúen, de un modo natural y cómodo, en el ámbito de lo fantástico y / o el terror. Pienso en gran parte de la producción de Kafka, de Borges, en Cortázar, en Dino Buzzatti, y en un porcentaje amplio del cuento anglosajón de los últimos sesenta o setenta años, como Stephen King o Richard Matheson. 7 cuentos y otros 4 textos de naturaleza más o menos crítica me han valido para atreverme a situarla en un escalón parecido a ellos dos. Al menos.

King es uno de los que recomiendan los textos de Shirley Jackson y hablan de ella como una maestra. Stephen King es quizá demasiado generoso en sus referencias a maestros y escritores de primera, y así algunas de sus recomendaciones me han decepcionado. Pero no es el caso. Empezaba hablando de Shirley Jackson como autora de género de terror, y su libro más famoso, Siempre hemos vivido en el castillo, es una novela gótica clásica, igual que La maldición de Hill House es una novela de casas encantadas perfectamente asimilable al género. En estos cuentos, sin embargo, habiendo terror, se trata más de una pequeña selección de cuentos realmente incómodos, tocados por el desasosiego y la incomodidad. El terror se produce en el lector por la falta de suelo que se adivina en lo que se está leyendo. Son esa clase de cuentos bien construidos que buscan (y necesitan) la complicidad del lector para completar lo que se está contando en ellos. Nunca termina de suceder nada abiertamente monstruoso, pero uno, como lector, siempre llega a la última página intranquilo, preocupado por esos personajes, intuyendo lo que queda más allá. Sabe que lo que está pasando un poco más allá de la página es aún peor. Sufre por la vida más allá de los personajes. Los cuentos de Shirley Jackson quizá destacan por eso, porque nos están contando algo importante pero nos están transmitiendo que lo realmente decisivo no está ahí, en lo obvio, en la página.

La edición de Minúscula (detallada y bonita) incluye realmente solo siete cuentos: El amante demoníaco, La bruja, Después de usted, mi querido Alphonse, Charles, Siete tipos de ambigüedad, La muela y La lotería. La lotería es quizá el relato más conocido, y su influencia se palpa claramente en esos relatos más rurales de Stephen King, aquellos con los que empezó en El umbral de la noche (siendo quizá el más famoso Los chicos del maíz). Volveremos a él en unas líneas.

Hago un breve comentario sobre los cuentos incluidos. El más flojo me ha parecido, con diferencia, La muela, que retrata el viaje, agobiante, en autobús, de una mujer desde su casa en los suburbios al centro de Nueva York a que le extraigan una muela que le está doliendo. Bien cargado de simbolismo y bien ejecutado, no tiene sin embargo el vuelo literario que en general tiene de sobra el libro.

Los relatos, descontando La lotería, son, en esencia, realistas. Quiero decir que si cuento brevemente la trama de cada uno de ellos, parecerían historias de Lorrie Moore o John Cheever. Y no cito arbitrariamente a estos dos autores, pues creo que Shirley Jackson comparte con ellos la manera de enseñar las heridas del malestar íntimo de la clase media. Shirley Jackson era una mujer casada, que vivía en las afueras de una ciudad de provincias y se encargaba de sus hijos. Y escribía sobre las limitaciones que esa vida le imponía. Se muestra clara al respecto en los cuatro textos entre ensayísticos y confesionales que siguen a los relatos propiamente dichos. Pero volvemos a los relatos y a su aparente realismo. Y decimos aparente y sabemos, como lectores del género inquietante (más que fantástico o de terror), que la mejor manera de empezar a inquietarnos es que todo parezca, al principio, muy normal. Porque quizá el gris es el color más inquietante de la paleta con la que puede ambientar sus historias un autor.

El amante demoníaco retrata la búsqueda, desasosegada en un principio, desesperada al final, de una mujer en la mañana de su boda. Se le ha extraviado el novio. Y no hay rastros más allá de su propia voluntad. Y no sabemos si todo ha sido una especie de broma pesada que un caradura le ha gastado a una solterona o las propias ensoñaciones de la protagonista, que la han hecho imaginarse vestida de novia, hasta que el choque con la realidad es inevitable.

La bruja nos muestra una conversación casual entre un niño que juega en la calle bajo la vigilancia de su madre y un anciano que pasa por allí y se pasa. ¡Menudas cosas dicen los niños! ¡Y menudas cosas dicen los viejos! ¿O hay algo de verdad en las terribles frases que a modo de broma (espera la madre) salen por la boca del viejo, que recuerda su infancia, cruel como lo son muchas veces?

Después de usted, mi querido Alphonse y Charles son dos muestras de una autora que sabe moverse perfectamente en el mundo infantil, retratando sus claroscuros (con tendencia a reforzar la parte oscura, por supuesto). Conoce el lenguaje y la forma de ver el mundo, muchas veces entre la ensoñación y la incomprensión de algunos comportamientos adultos. Después de usted, mi querido Alphonse, es un relato sutil en el que Shirley Jackson despedaza la corrección aparente y las buenas intenciones de la clase media blanca bienpensante. Cumple perfectamente la máxima del relato de contar lo que está sucediendo, mostrarlo, en vez de decir qué debe pensar el lector. Un niño lleva a casa a comer (lo más normal entre niños) a un amigo, que es negro, y su madre asumirá desde el instante en que entra en casa todos los tópicos y diferencias entre su familia y la del niño, en cuanto a clase social, comportamientos. Y el niño negro le irá desmontando, uno a uno, esos prejuicios que quizá no son ni conscientes de serlo, mostrándole una cotidianidad muy parecida a la de ellos. Me ha recordado (aunque no pasa a la parte terrorífica), el planteamiento de la familia a la que llega el protagonista de la película Get out. Charles no es más que el nombre de un niño, un compañero de clase del hijo de una familia, un niño que acaba de empezar el preescolar, aunque quizá sea un amigo imaginario del niño, o quizá algo más, una máscara tras la que esconder sus malos comportamientos y con cuyas historias entretener a su familia.

Y llegamos a La lotería. Leído hoy es un relato que ya ha escapado de la definición de escandaloso (empezando porque puso muchas semillas en muchos relatos posteriores y lo tenemos muy asimilado). La lotería se celebra en un pueblo del Medio Oeste americano y elige cada año a una familia que a modo de ritual (probablemente para mantener a salvo a todos los demás) será apedreada. La lotería relata el sorteo de un año concreto, y es una maravilla de concisión y tensión ambiental sostenida. Fue publicado en The New Yorker y obtuvo gran número de reacciones indignadas. Y resulta casi enternecedor ver por qué cosas se escandalizaban en los años cincuenta, y preocupante pensar que hoy en día, con el ruido y la furia concentrados en las redes sociales, se le podría pedir la cárcel o al menos la desaparición del texto (y no sé muy bien qué petición es peor) por parte de los ofendidos por esas páginas. Por lo demás, un texto ejemplar, perfecto, de relato en el que lo poco dice muchísimo, y como pasa con la mayoría de cuentos del libro, y ya se ha comentado, mucho más de lo que queda por escrito, como si la autora quisiera señalar lo horribles que somos los humanos pero no quisiera dejar demasiadas pruebas por escrito de que lo ha dicho.

La edición (que aún así pasa escasamente de las 150 páginas) se complementa con cuatro textos, recogidos bajo el título de: Tres conferencias y un cuento. Experiencia y ficción, el primero, es una bonita oda al oficio de narradora, y sus ventajas sobre la vida “normal”. La noche en que todos tuvimos gripe no me ha parecido que pase de ser una anécdota familiar, en la que quizá se rastrean algunas costumbres y modos de Shirley Jackson que podrían tener que ver (o no) con su modo de enfrentarse a la escritura, pero que más allá de que alguien quisiera escribir un artículo académico no creo que presenten gran interés. Biografía de una historia narra la sucesión de reacciones a la publicación de La lotería (algo horrible, le dicen muchas veces). Cartas que llegan a su casa (bueno, a un apartado postal dispuesto para ello) por decenas al día, enviadas directamente por lectores o reenviadas en muchas ocasiones por su editor en The New Yorker. Están desde los que no parecen entender qué es una obra de ficción y qué se debe esperar de ella, hasta los que tienen serios problemas de comprensión lectora, aquellos para quienes las historias siempre deberían ser bonitas y animar al mundo, y nunca mostrar su reverso tenebroso, y los pocos que vieron algo bueno en esa historia y se lo quisieron transmitir a la autora. El texto que cierra el libro, Notas para un joven escritor, es uno de tantos textos de consejos para escritores, pero hay que reconocerle que es valioso en el modo en que muestra de modo sencillo cómo distinguir una historia que solo tiene interés para quien la cuenta de otra con interés para los lectores y como consejos para limpiar el estilo y hacerlo significativo.

Haciendo balance, los Cuentos escogidos de Shirley Jackson un libro valiosísimo, para tener en casa, y supongo que lo apropiado es buscar pronto el reciente: Deja que te cuente: Cuentos inéditos, ensayos y otros escritos, también en Minúscula, y dejar que se complementen, a la espera, quizá de una edición de su narrativa breve completa y antologada.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

domingo, 13 de mayo de 2018

No, mamá, no, de Verity Bargate


No, mamá, no, de Verity Bargate (Alba)

Esta novela, primera de la autora, fue publicada en 1978. No había sido traducida hasta 2017, y creo que lo ha sido porque era el momento, en ese ambiente de debate social sobre los roles de la mujer, con ese debate tan encendido a veces sobre la maternidad, sus trampas y desengaños. Como digo, es un debate que se enciende cada pocas semanas y al que están acompañando muchos libros, pero intentaré dejarlo ahí lejos, al fondo de la reseña, como mero ruido ambiente. Alba va acompañando su bien conocido y ponderado catálogo de clásicos con narrativa contemporánea que encuentra en ellos su lugar natural. Aquí bajo el nombre de Rara avis para la colección.

Verity Bargate murió joven, a los 41 años, solo 3 después de publicar esta primera novela, y con solo otras dos obras de narrativa. Fue también directora y autora teatral, y esta fue de hecho su dedicación principal. Vamos al libro: No, mamá, no, es una novela corta, de poco más de 150 páginas, que se devora entre el asombro y el sobrecogimiento. Algunos adjetivos que están desgastados de tanto uso pero que encajarían perfectamente a la hora de describirla son: cruda, dolorosa, necesaria, auténtica.

Jodie, la protagonista, empieza a contarnos su historia en el hospital, después de dar a luz a su segundo hijo. Empieza el libro con uno de esos comienzos que quedan: “Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada”. No se trata, sin embargo, de un libro que juegue al efectismo con frases redondas para enmarcar, aunque tiene frases redondas y algunas deberían quedar enmarcadas. Con ese inicio parece que será la crónica de una depresión post – parto, y lo será, pero será algo muhco más profundo y complejo. Peor que detestar algo es no sentir nada. No hay nada menos humano que la ausencia total de empatía. De hecho, se llama psicopatía, y es lo que Jodie empieza a describirnos. Quiere que le quiten de encima al niño y la dejen leyendo, fumando, lejos. Acude a hablar con los médicos antes de salir del hospital y ya les advierte de que vive en un piso alto y no quiere para nada a ese niño feo y podría pasar lo peor. Pero más allá de sonrisas y comentarios condescendientes y una pastilla, la mandan de vuelta a casa con su hijo mayor, de 2 años, y su marido, a los que tampoco quiere. La relación matrimonial está rota. Y ese segundo intento de revivirla con un hijo no es más que otro fracaso.

¿Cuántas parejas han intentado resucitar algo que no funcionaba con un hijo? ¿Cuántas mujeres han buscado completarse mediante la maternidad? Esas son dos preguntas que quedan en el aire y que duelen en este libro. La madre de Jodie no la quiso, o no demasiado, o sencillamente estuvo totalmente ausente en su infancia, y ella quería hijas a las que querer de verdad. Pero no las tiene, tiene dos hijos, y un marido egoísta que sale, la mira con pena, cree que se ha vuelto loca y lo mejor que tiene para ofrecerle es la consulta de un psiquiatra amigo suyo. Jodie va y se siente mal, con sus secretos previamente revelados por su marido, casi casi violada. Y la violación es un tema que va más allá del sexo en este libro, aunque también va de sexo, del sexo marital impuesto, de los deberes conyugales, de una escena tremenda en la que ella se queda dormida mientras es penetrada.

Cansancio, hastío, falta de ilusión. Las miradas de los demás. Los juicios externos. El único refugio en algunos paseos, charlas puntuales con desconocidos amables, libros, especialmente uno, El fin del romance, de Graham Greene, por el que pasa una y otra vez con deleite. Y pasa el tiempo.

Aparece una pequeña esperanza. Una vieja amiga de la universidad, su mejor amiga, quizá la mujer a la que más unida ha estado nunca. La llama, da con ella después de una década, sienten que puede funcionar, que seguirán siendo tan íntimas. Organizan una visita a su ciudad en la costa. No era lo previsto inicialmente pero irá con los niños. Aunque antes de llegar los convertirá en niñas, poniéndoles las ropitas de niña que siempre tiene a su lado, y fingirá una vida que no tiene. Las dos encontrarán alivio en su amiga, hablando del pasado, aunque las dos sabrán también que hay algo que se ha roto, probablemente en el interior de cada una de ellas, y que no volverá a fluir la amistad como antes. El marido de ella, un actor con ínfulas, es un perfecto idiota. Ellas dos tratan de darle la espalda a los perfectos idiotas pero no es tan fácil.

Cada semana se llena de la esperanza de que llegue el próximo lunes. Y cada lunes, con sus pequeñas anécdotas, llena en el recuerdo los días que quedan por delante. De lunes a lunes. Hasta que en un tren de vuelta todo descarrila y lo simbólico se vuelve más real que nunca, la pesadilla se hace realidad quizá con un exceso de melodrama por parte de la autora, y Jodie acaba en una institución psiquiátrica, repudiada por su marido, con sus hijos lejos, loca. Porque eso es lo que todos habían pensado de ella desde el principio del libro, que estaba loca, que lo que le pasaba era antinatural, y parece que ellos han ganado. Sin remedio.

Un libro que leer y sobre el que pensar detenidamente.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

viernes, 4 de mayo de 2018

Dos ensayos diferentes: Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, Teoría y práctica de La Habana


Dos ensayos diferentes: Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, de Thomas De Quincey y Teoría y práctica de La Habana, de Rubén Gallo (ambos de Jus Ediciones)

Antes de caerme dentro de estos dos libros, absorbido por su potencia y radicalidad (porque son esa clase de libros que no te sueltan), conocía poco más que el nombre de Thomas De Quincey como autor de dos de esos libros que se citan mucho y no sé cuántos habrán leído realmente: Del asesinato como una de las bellas artes y Confesiones de un inglés comedor de opio. De Rubén Gallo no sabía absolutamente nada. Leídos en paralelo creo que sus efectos se han multiplicado, reforzando la lectura de uno la del otro.

Empiezo por De Quincey, por aquello de ser un autor clásico, venerable, admirado por Borges, como bien nos recuerda la edición de Jus. Thomas De Quincey fue esencialmente un ensayista de la primera mitad del siglo XIX, y llamarlo venerable debe ir acompañado de otras experiencias vitales como fueron su alcoholismo y adicción al opio. Su sentido del humor es fino, inteligente, y si se es lector de Borges no es difícil entender por qué sentía predilección por él. Los ensayos aquí recogidos, todos cercanos de una u otra manera a la idea de religión, están escritos desde la experiencia y reflexión exclusivamente personal. De Quincey lee a los clásicos, rastrea, saca conclusiones y las expone con gracia y con un ánimo provocador que en algunos momentos le cuesta disimular. Se agradece, no obstante, ese afán provocador.

Judas Iscariote, el primer ensayo del libro, retrata la figura del famoso traidor no como la de un traidor sino la de un incomprendido. Alguien al menos tan bueno como Jesucristo que solamente quiso acelerar un poco el proceso que sentía que estaban poniendo en marcha. Le parecía a Judas que Jesucristo tenía muy buenas intenciones pero le faltaba decisión, y le ayuda a acelerar el proceso. La idea, como se ve, es atractiva. Desde su ironía y lucidez, De Quincey es un pesimista, o eso me ha parecido, y los dos siguientes ensayos, Sobre la guerra y Sobre el suicidio, van en esa línea oscura. Sobre la guerra viene a intentar demostrar que da igual lo racionales y positivistas que los seres humanos se vuelvan, las guerras nunca desaparecerán (y más de 150 años después así sigue siendo), y Sobre el suicidio toma como partida un poema de John Donne para reflexionar sobre este hecho, adelantándose en algunos aspectos al Mito de Sísifo de Camus, compartiendo ambos, me parece, la idea de que no hay nada más humano que la tentación de acabar con la vida propia. La superstición moderna, el último ensayo, viene a oponerse a las ideas de luz e ilustración que traía su época, y no por oposición a las ideas, que De Quincey comparte en su mayoría, sino en cuanto a su optimismo, a la propia idea de que el raciocinio podría imponerse a la superstición. De Quincey incluye en una misma categoría a las religiones organizadas y a las supersticiones, y aunque en ese sentido se sitúa en el bando contrario, parece compartir el espíritu de la frase de Chesterton que dice: “Cuando se deja de creer en Dios enseguida se empieza a creer en cualquier cosa”. En este último ensayo De Quincey se resigna a que nunca desaparecerán de entre las costumbres humanas la tendencia a creer en lo sobrenatural, a pedir su protección, a dejarse guiar por sus intérpretes. Y casi considera que las religiones tradicionales vendrían a ser el mal menor.

Rubén Gallo es un profesor mexicano afincado en los Estados Unidos, donde trabaja en la Universidad de Princeton. Mirando un poco en la entrada que la wikipedia en inglés le dedica podemos ver que sus especialidades son los intercambios culturales entre Europa y Latinoamérica, ya que ha escrito libros sobre la influencia de Sigmund Freud y Marcel Proust en Latinoamérica, sobre las vanguardias mexicanas, escritores heterodoxos y la propia Ciudad de México. Su enfoque general parece partir de la postura de un típico liberal estadounidense (y cuidado con la palabra, que en España se asocia a otras posturas mucho más derechistas) y la llamada a leerlo en la faja de la editorial de Vargas Llosa (con quien compartió el libro Conversación en Princeton) podría hacer pensar que se trata de un observador mucho más ideologizado de lo que realmente es. Y se agradece.

Rubén Gallo llegó para pasar 6 meses a La Habana en 2015, y tratando de mirar la ciudad con ojos desprejuiciados, construye un recorrido divertido y desquiciado por los rincones ocultos de La Habana. Y según su mirada cualquiera de sus rincones puede serlo. No conozco La Habana y ni siquiera he leído demasiados libros sobre ella, pero la entrada en este libro, la irrupción de un cabaret astroso y lleno de seres marginados hasta no hace tanto en Cuba, no solo marginados sino perseguidos, ahora convertidos como le dice su interlocutor en los triunfadores, la nueva clase media, los gays, esa llegada a ese espectáculo musical entre decadente e irresistible, me parece una imagen insuperable de una ciudad y de una sociedad, y me ha llevado a recordar una lectura que en su momento me encantó, La Habana para un infante difunto, de Cabrera Infante.

2015 no pudo ser un año más señalado para llegar a La Habana, pues en ese verano se firmó el primer acuerdo de (más o menos) desbloqueo de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Rubén Gallo retrata en Teoría y práctica de La Habana a una sociedad caótica, donde se sobrevive como modo natural de existencia, y dibuja sin insistencia y alejado de dogmatismos a favor ni en contra los cambios que se han producido desde la Revolución de 1959, jugando con el título podemos decir que hay mucha más práctica habanera que teoría cubana. Fidel está muerto y la portada, ese Che Guevara maquillado en tonos rosas es perfecta, pues su imagen icónica, pura publicidad desde hace décadas, sirve de base para retratar los cambios. Y los cambios políticos, como suele suceder en las dictaduras, empiezan por los cambios en las costumbres. La apertura, por pequeña que sea, se nota. Y donde no está abierto los habaneros tienden a hacer como que sí, e igual que en los relatos de Pedro Juan Gutiérrez se goza y se palpita dando la espalda a la oficialidad, a un Estado que es un Todo que en teoría asfixia pero que prefiere no mirar hacia algunos lugares.

Gallo no trata de decir en su libro que ha entendido qué es La Habana en 6 meses, porque sería absurdo, sino que nos enseña su viaje interior y cuela testimonios, miradas, problemas que vio en ese tiempo. Va de lo personal para enseñarnos la colectividad, sin dar lecciones, recibiéndolas, más bien, lo que nos pone instintivamente de su lado como lectores y nos hace pedir más. Pero, por desgracia, el libro se acaba, la ventana se cierra, le tenemos que decir adiós a La Habana. Y nos despedimos con la risa en la boca y las lágrimas en los ojos.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E