lunes, 20 de noviembre de 2017

Continuación de ideas diversas, de César Aira

Continuación de ideas diversas, de César Aira (Jus Ediciones)

Hace algunas semanas hablaba de dos libros extraños. 
Uno de ellos, Breve manual del perfecto aventurero, llegaba de la mano de la editorial mexicana recientemente aterrizada en España Jus. Su atenta y estupenda agente de prensa, Diana Mizrahi, me facilitó tras esa lectura un nuevo título de su catálogo, un libro que quizá debería presentar bajo la etiqueta de un libro aún más extraño (aunque bueno, quizá Teoría del ascensor de Sergio Chejfec aún le gane). Se trata de Continuación de ideas diversas, de César Aira. Como su nombre hace pensar, más que de textos cerrados se trata de apuntes diversos que en algún momento cruzaron por la cabeza de César Aira y que este decidió recoger en sus cuadernos para acabar formando un libro con ellos. Lo que este libro no es, aunque su título prometa lo contrario, es la continuación de otro texto. No existe el volumen previo de Ideas diversas, de César Aira. ¿Continuó quizá el autor con sus propias ideas y las puso por primera vez en forma de libro? Puede ser. Son ideas que parecen ir surgiendo por asociación en muchos casos. Algunas parecen esas ocurrencias hijas del insomnio, un tema del que con frecuencia se habla aquí.
http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2017/10/dos-libros-extranos.html

Cómo me gustaría escribir una novela policial que se llame “La monja asesina”. Habría un homicidio, la investigación correría a cargo de un perspicaz detective, el grupo de posibles culpables incluiría a la esposa del muerto, a su amante, al hijo que no sabía que era su hijo, al socio, al cuñado policía y, la menos sospechosa, una monjita que recibía donaciones de caridad del difunto. Al final se descubre que, contra toda apariencia, la asesina era la monja. Fin. El lector no lo podría creer. El lector exclamaría: <<¡No puede ser! ¿Será una broma?>>. No se explicaría cómo la editorial pudo consentir en algo semejante. Evidentemente el autor ha hecho valer su prestigio, porque a un desconocido jamás se lo permitirían … Terminaría poniéndolo en la cuenta de mis vanguardismos.

Aira. Ni el propio Aira debe saber ya cuántos libros ha firmado y de qué genero exactamente eran algunos de ellos. He intentado leer en muchas ocasiones a Aira. He probado con media docena de sus novelas (por lo general breves, escritas a un ritmo frenético que él justifica diciendo que apenas corrige lo que va saliendo, que alguien bien ordenado puede escribir una novela de 400 páginas al año, pues él es capaz entonces de escribir 4 novelas de 100 páginas al año, eso es poco más de una página al día y ¿quién no es capaz de escribir una página diaria si se llama a sí mismo escritor?). Sí me gustaron, y bastante, sus Cuentos reunidos. Vislumbré en ellos una inteligencia narrativa de alto nivel, a un escritor inteligente y juguetón, bien entrenado. Porque 3 o 4 novelas al año deben dar al menos eso, un buen entrenamiento.

El auge de la crónica como género literario, en estos últimos años, coincide con la emergencia de esa figura que pulula en las ONG y otros subproductos de la globalización: el Entrometido. El que va a meterse donde no lo llaman sólo porque no tiene nada que hacer en su territorio propio y porque nunca le faltan buenas razones para entrometerse. Es un avatar de la desconolización, tan destructivo como el colonizador clásico. El mismo vampirismo. La misma ignorancia, aunque presuma profesionalmente de lo contrario. Peor, en realidad, porque no se limita a lo geográfico: lleva el mecanismo del entremetimiento hasta el interior de su propia vida doméstica, hasta el interior de sí mismo. Y todo de puro desocupado.

Aira no es un posmoderno aunque su proyecto de escritura continua pueda parecer propio de alguna propuesta del arte contemporáneo. No es, tampoco, claro que no, un narrador al uso. Sus obras se parecen todas a la par que presentan mundos imaginativos y distintos. ¿A quién se parece César Aira? Diría que en algunos momentos el autor al que más se parece, de los que he leído, es a Levrero. Por sus tramas dignas de tebeos antiguos. Sin duda su estilo y su mundo encajarían perfectamente en la etiqueta de raro. Su imaginación escacharrada, sus ideas de sabio loco, su manera de presentar sus teorías como si fueran lo menos importante del mundo y también como si pese a su excentricidad fuesen las ideas más lógicas.

Esta es una idea que tengo desde hace mucho tiempo, casi podría decir que desde siempre. Su enunciado es por demás simple: todo el engorro y la dificultad de fabricar miniaturas podrían evitarse haciéndolas grandes. El problema de la fabricación de miniaturas está en la desproporción entre las manos, el ojo, el cuerpo en general del hombre y el detalle minúsculo del objeto a hacer. Es preciso usar instrumentos, lupas, métodos indirectos. Aunque yo nunca he hecho miniaturas, me pone nervioso pensarlo. Toda inadecuación me produce el mismo efecto, y siempre estoy corriendo imaginariamente a llevar socorro, pensando soluciones. Ésta es tan obvia que me asombra que nadie la haya propuesto antes, porque se ofrece por sí sola. En lugar de estar sufriendo con un objeto pequeñísimo en el que no entran los dedos y cada cosa es un sufrimiento, hacerla en tamaño humano; de sólo pensar en lo fácil que se haría se siente un importante alivio.

Se le agradece que en esta Continuación de ideas diversas se quite importancia a sí mismo y hasta que en algunos momentos devalúe la importancia de su obra. Una obra que, por qué no, podría llevarle en algún momento al Nobel. Es un asunto delicado el del Nobel argentino. No lo ganó Borges. No lo ganó Cortázar. No lo ganó Sabato. Ni siquiera lo ganó Bioy. No lo ganaron Fogwill ni Piglia. Pero de alguna manera sabemos que algún día un escritor argentino ganará el Nobel. Se me ocurren como grandes candidatos Fresán y Aira. Dos escritores, por lo demás, ampliamente alejados de lo académico. Aunque puestos a reconocer trayectorias y universos personalísimos, a veces casi unipersonales, Aira sería un buen candidato.

Leyendo novelas policiales, buenas apasionantes … me pregunto por qué yo no escribo así. ¿Qué razón hay para escribir estos vanguardismos que escribo yo? En alguna época creí que había razones histórico – políticas, de combate contra las viejas estructuras represivas etc. Ahora no puedo menos que reírme … Aun aceptando que nuevas formas en literatura reflejen o anticipen nuevas formas de pensar, sigo pensando en el fondo que, al menos yo, no escribo novelas convencionales porque no quiero trabajar, y quizás, seguramente, porque no podría hacerlo. Pero hay algo más. Una novela convencional … ¿por qué la leo (con placer)? Quizás hay una diferencia entre leer y escribir: leo una cosa, escribo otra. Se da por sentado, apresuradamente, que uno escribe, quiere escribir, cosas que se parezcan a las que le gusta leer. Pero son dos actividades radicalmente distintas, que parten de distintos puntos y buscan distintos objetivos. La literatura sería el <<cielo cubista>> que reúne, sin conciliar, las dos actividades.

Creo que fue Carlos Fuentes el que pronosticó que César Aira sería el primer argentino en ganar la gran medalla de la Literatura. Aira, por su parte, lo convirtió en un discutible objeto del deseo literario en El congreso de literatura, una parodia del mundo literario oficial, donde deciden clonar a Carlos Fuentes, epítome del intelectual de su generación. Un autor que siempre me resultó aburrido. También me gustó aquel extraño libro de Aira, por irreverente.

Uno de los varios motivos por los que me opongo a la promoción de la lectura es el más evidente de todos, y por ello el menos visible: los libros están llenos de vulgaridad, prejuicios, estereotipos, falsedades. Su frecuentación no puede sino embotar el pensamiento y la sensibilidad, distorsionar las ideas, falsificar la experiencia. Se dirá que los buenos libros no son así, y que producen los efectos contrarios a éstos. De acuerdo, pero los únicos que leen buenos libros son los que leen desde siempre y no necesitan campañas de promoción de la lectura. Los que no han leído, y se deciden a hacerlo por una de estas campañas, necesariamente van a leer libros malos.

El libro contiene en sus escaso centenar de páginas ideas (por darles un nombre con el que todos podamos entendernos) sobre creación, lectura, escritura, la relación con los libros, el mundo editorial, la soledad, la vida, el arte. Algunas apenas pasan de la ocurrencia. Otras son ideas realmente interesantes. Casi al cien por cien todas sus píldoras nos hacen mirar el mundo de otro modo durante esos minutos que se tarda en leerlas. Nos incomodan en un principio porque nos descolocan, pero luego nos reconocemos, en muchas, dándole la razón. Es un caramelo intelectual que no pierde el sabor cuando después de la primera lectura se coge, se vuelve a abrir al azar y nos sorprende otra vez.

El arte de los locos pudo ser apreciado cuando se empezó a apreciar más la originalidad que la destreza. En ese momento todavía la división era clara. Las mujeres de De Kooning o los chorreados de Pollock, o los cuadrados de Albers, podrían haberse tomado como casi típicas producciones patológicas si no fuera porque se insertaban en un relato, el de la evolución de la pintura. Mientras que las obras equivalentes de los locos no formaban parte de ninguna historia. Llevaban a cabo una operación de descontextualización que era la clave de su proceder. También la clave de su éxito, lo que los diferenciaba de un aficionado, un pintor dominical, que se injertaba falazmente (ingenuamente) en el relato imitando a los impresionistas, o a Jackson Pollock … Con el postmodernismo, cuando dejó de haber un relato, la diferencia se borró. ¿O no?

Quizá es un libro para escritores, creo oír a alguien protestando. Quizá lo sea. Es un libro que los que escribimos deberíamos leer, sin duda. Pero creo que lo pueden disfrutar otros muchos lectores dispuestos a dejarse sorprender y embaucar.

¿Por qué son desdichados los escritores? Para que lo que escriben tenga que ser tan bueno como para que haya merecido la pena sacrificar por ello la felicidad. (¿Habrá un modo menos retorcido de decirlo? ¿Habrá un modo menos retorcido de hacer las cosas bien?)

Es, desde luego, un libro difícil de clasificar, de definir, un objeto literario no identificado, del que quizá lo mejor leer esas pequeñas citas que he ido intercalando para que los lectores empiecen a salivar. Es un libro para el que parece lo apropiado coger el pasaporte, pues se vuelve de él, una vez cerrado, como de un largo viaje, con el jet lag pegado al cuerpo.

Si se encuentran dos amigos a charlar, y uno de ellos viene de vivir aventuras curiosas, de viajar a lugares exóticos y conocer a personajes extraordinarios, mientras que el otro ha estado en su casa y no le ha pasado nada fuera de lo común, va a ser el segundo el que hable, y el primero no va a tener más remedio que quedarse callado y escucharlo. Siempre es así y es preferible no forzar las cosas para no quedar mal y perder un amigo. Esto tiene que ver con una observación de Borges sobre Las mil y una noches, obra de planteo radicalmente equivocado, según él, porque en la vida real a nadie le gusta que le cuenten nada: lo que quieren es contar ellos. De modo que si Scherezade quería ganar tiempo y preservar su vida y la de su hermana, lo que le convenía era dejar hablar al sultán, escucharlo con atención, genuina o simulada, estimularlo a seguir hablando con una pregunta … El gran tesoro de historias maravillosas seguiría en la memoria de Scherezade, pero callado y oculto, y lo que se haría oír sería la voz del sultán hablando de los disgustos que le daban sus ministros, de las complicaciones de la burocracia palaciega, de sus trastornos intestinales, o haciendo el relato circunstanciado de las incidencias del último partido de polo.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas


Sr. E

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