jueves, 31 de agosto de 2017

Clavícula, de Marta Sanz

Clavícula, de Marta Sanz (Ed. Anagrama)

Es el primer libro de la autora que leo. Cogí Clavícula un viernes por la mañana en la biblioteca y aproximadamente el sábado después de comer estaba terminando el libro. No es para tanto, dirá alguien, porque el libro tiene apenas 200 páginas, los capítulos son cortos y algunos cortan a media página. Cierto. No es para tanto porque internet está lleno de “lectores” que leen como quien practica una disciplina deportiva: a ver quién completa más libros por semana, en definitiva a ver quién la tiene más larga. Supongo que así se explican los seguidores de sagas con miles de páginas y escasa calidad literaria. Pero no iba de esto la entrada.

No sé nunca como lector si decir de un libro que se lee de un tirón será interpretado por el autor como un cumplido o como un desprecio. Si como el mayor de los cumplidos (cogí el libro y no pude soltarlo) o como el mayor de los desprecios (ese lector idiota ha devorado en pocas horas lo que me llevó años construir con referencias cruzadas, distintos niveles de lectura, búsqueda de información y una estructura compleja; todo ha sido deglutido por ese idiota superficial como si fuera un menú del día). Un artículo veraniego de El Cultural hablaba sobre ello el año pasado, y no me meto más en el tema

Sobra decir, entiendo, que cuando yo digo que he devorado Clavícula, de Marta Sanz, queda dicho como un elogio, como una prueba de cómo me ha interesado, y más que interesado, infectado, durante su lectura. Lo aclaro, no obstante, porque alguna de las reflexiones que me ha despertado el libro van en la línea de si los lectores (así dicho, en general, como masa, pero peor aún, únicamente la masa que lee literatura trabajada, ciertas editoriales, ciertos premios, no el lector de bestseller o de verano) nos estamos volviendo idiotas.

¿Qué vamos a encontrarnos en Clavícula? Clavícula nos lleva al interior de Marta Sanz, escritora madrileña de cincuenta años, autora más o menos asentada en el panorama literario (lo más o menos asentada que el mundo cultural permite hoy en día, por lo que se deduce de algunas de sus páginas), ganadora reciente del Premio Herralde de Novela, autora editada por buenos sellos desde el principio de su carrera. Marta Sanz está cruzando el Océano Atlántico para participar en algún congreso literario y nota un dolor intenso y punzante en su interior. Uno de esos dolores que le lleva a preguntarse si no se estará enfrentando en realidad al Dolor, el último. ¿Se está muriendo?

Sobrevive al vuelo y regresa a Madrid, donde la espera como siempre su marido. Se derrumba. Se está muriendo. Piensa en los cientos de posibles causas que se le ocurren para ese dolor sordo que no desaparece y que va protagonizando sus días. Va a un médico, a otro, pasa por varios especialistas, distintos médicos de cabecera, le hacen pruebas, habla con enfermos habituales, piensa en los antecedentes familiares que fueron matando a sus abuelos, tíos abuelos, bisabuelos. Todo el mundo tiene una palabra que a veces es de consuelo y a veces es simplemente una palabra para decirle que si no le pasa nada realmente, no se queje.

La queja es una de las cuestiones centrales de la novela (a mí me parece una novela, por más que se haya discutido si es o no, al final iré con eso, con las lecturas ajenas que habían condicionado inicialmente la mía). Marta Sanz, la autora, narradora y enferma, se cuestiona muchas veces si tiene derecho a quejarse. Hay gente con enfermedades invasivas y horribles claramente declaradas que sin embargo no se quejan. Ella las conoce. ¿Si el suyo es un dolor imaginario no es egoísta darle tanta importancia? ¿Los dolores imaginarios no duelen igualmente? ¿Dónde queda lo psicosomático? ¿Por qué la mandan indistintamente a ver a traumatólogos y a psiquiatras? Pero, ¿y su amiga, la que se quejó durante tres años de un dolor en la pierna, a la que los médicos tomaban por loca y consiguió, solo gracias a su insistencia, que siguieran evaluándola hasta que dieron con un proceso canceroso en dicha pierna (un proceso además provocado por una atención negligente durante el parto, para rematar)? Marta Sanz reivindica el derecho a quejarse y a tener dolores imaginarios, que no inventados. Y solo faltaba eso, que también perdiéramos el derecho a la queja. Una de las cosas que más he escuchado y más rabia me han dado en los últimos años (bueno, en mi experiencia personal son todos los de mi vida laboral, pero quiero referirme a los que vienen de la crisis, desde 2007 – 2008) es que ante cualquier queja (de las mayores y muy series a las más nimias) alguien cercano me dijera: Bueno, no te quejes, que tienes trabajo. ¿Que no me queje? ¿Por qué? ¿Para que gane el miedo? Entiendo que el grito de dolor imaginario de Marta Sanz va también en esa línea.

Para mí la novela habla de la identidad, de las múltiples identidades que cada uno de nosotros tenemos (en ese sentido el juego de la autoficción es muy útil para el libro) y del dolor y el miedo. Esencialmente de eso, y de cómo los dolores y los miedos condicionan nuestra identidad. Y viceversa.

A lo largo de la novela vamos viendo la frágil vida de Marta Sanz. Su prestigio literario, su posición en ese mundillo, no es para nada holgada, y se ve forzada a aceptar cualquier colaboración que le ofrecen (las buenas y las malas, las que le apetecen y las que no), en muchas ocasiones no tanto porque necesite el dinero de ese mes como por el miedo a que si rechaza un encargo, no le hagan más. Algo que conoce perfectamente cualquier emprendedor, freelance o como queramos llamar a lo que antes llamábamos esclavos (y sí, ya sé que es una hipérbole, pero estamos terminando el verano y apetece exagerar). Tiene dudas sobre algunos caminos de los elegidos a lo largo de la vida (la maternidad, por ejemplo), su marido está en paro y sin derecho a más prestaciones. Nos enseña las relaciones con sus padres y con sus amigos. Con otros escritores. Todo es más precario de lo que se suponía que debía ser para una mujer de cincuenta años con una vida hecha. Pero es que todo es más precario para cualquiera desde hace al menos una década, desde que la crisis nos cambió de camino (personalmente creo que para muchos la vida nunca dejó de ser frágil y precaria, ni en aquellos años de la burbuja inmobiliaria y las ventas récord de coches alemanes y embutido ibérico en hogares de clase media). Enlazo con los males que Marta Sanz califica de pequeñoburgueses, con las pérdidas quizá accesorias pero que no dejan de ser pérdidas, con los males sociales, imaginarios, personales, familiares, con el derecho a alzar la voz y a decir que se tiene miedo cuando se tiene miedo.

Recogemos una inquietud de época y escribimos estas cosas porque algo nos duele, porque somos mujeres, porque tenemos o no tenemos pareja, escribimos, tenemos y no tenemos trabajo, somos españolas y blancas, posiblemente feministas, posiblemente de izquierdas.

Autoficción: Por autoficcionarme, y perdón por el abuso de lenguaje, diré que Marta Sanz premió allá por 2011 una pequeña colección de relatos que bajo el título Cuentos pendientes (el mismo del blog) presenté al Certamen de Creación Joven del Injuve. Marta Sanz era (creo) la presidenta de aquel jurado que decidió darle el primer premio a Matías Candeira y a mí el segundo. Nos conocimos, nos saludamos, Marta Sanz ha seguido siendo jurado en certámenes según vemos en el libro, yo he seguido participando en certámenes literarios, y a veces ganando alguno. Marta Sanz se cruzó indirectamente en mi vida, sin ella saberlo, el pasado mes de mayo. La Fundación Antonio Ródenas García – Nieto tuvo a bien hacerme merecedor de su beca de creación literaria para escribir un libro de cuentos (tarea en la que me encuentro inmerso hasta finales de año)
Una de las referencias que presenté para optar a ella fueron las palabras que en su momento Marta Sanz escribió para presentar mis relatos. Así que Marta Sanz algo tuvo que ver (involuntariamente) con el libro en el que ahora trabajo. Somos lo que dejamos escrito, queramos o no.

¿Qué es la autoficción? Creo que algunos están confundiendo en los últimos meses, al hacer reseñas, la autoficción con la no – ficción y están intentando dejar fuera del concepto de novela todo lo que escape de un clásico Introducción – Nudo – Desenlace. Entiendo que la autoficción es la modalidad de la narrativa en la que un autor, que se identifica y por lo tanto confunde con el narrador y personaje, se presenta a sí mismo, y su vida, como material narrable. Autoficción han hecho Philip Roth, Enrique Vila – Matas, Paul Auster. Autoficción hacen, en algún grado, casi todos los autores. Hasta Stephen King, si atendemos a sus explicaciones sobre sus novelas más conocidas. Creo que mirar las etiquetas en vez de al libro es empobrecer la lectura, y es algo propio de este tiempo de redes sociales. Pasaremos de etiquetas. Marta Sanz hace autoficción en este libro, claro, pero no creo que se deba centrar el análisis en eso. Se habla mucho de si la autoficción ha encontrado sus límites. Y es una pregunta tan legítima como si el relato corto los ha encontrado o si eso que venden como poesía de éxito tiene algo de literatura en sus páginas. Leer Clavícula en clave de averiguar qué es verdad o no me parece una lectura pobre. Lo importante de cualquier novela, y esto viene al menos desde Aristóteles, es si resulta verosímil, no si es o no es verdadera. Clavícula es un libro interesante, bien presentado, bien ligado, por ratos fascinante, que funciona mucho más allá del interés (siempre relativo) por si lo que se cuenta es cierto o no, porque no es lo importante. Marta Sanz ha sacado mucho jugo al personaje Marta Sanz, a sus miedos y dolores, y es lo fundamental.

Cuando escribo – cuando escribimos – no podemos olvidarnos de cuáles son nuestras condiciones materiales. Por eso pienso que todos los textos son autobiográficos y a veces la máscara, las telas sinuosas y las transparencias que cubren el cuerpo son menos púdicas que una declaración en carne viva. No me interesa la manipulación de los selfies a través del Photoshop. Me importa más la mueca que el lenguaje que la adecenta. Me interesa más la pipa que la pipa que no es una pipa.

Terminamos: Antes de llegar al libro había leído muchas reseñas (con muchas quiero decir más de cinco o seis, pero demasiadas me parecen) que hacían mucho énfasis en la feminidad del texto. Un cierto tipo de reseñas que destacaban que Marta Sanz habla en Clavícula de ciertas realidades sociales y físicas de las mujeres que no suelen estar en la narrativa. Y reseñas, lo que me parece peor, que venían a decir que eso los hacía un texto en el que se identificarían las mujeres. Y claro, lo harán, pero no creo que el hecho de que yo no sea mujer me impida sentir lo que Marta Sanz describe o empatizar con el texto. Lógicamente no sé ni sabré qué es la menopausia, pero eso no quita que pueda saborear el libro o entender lo que describe. Porque lo importante del libro es el miedo, el temor, el dolor, la necesidad de expresarlo, y creo que eso es propio de los humanos. Planteo como tema si no estamos reduciendo mucho la capacidad de empatía, esa que se supone que se nos amplía leyendo, y volvemos a centrarnos en las etiquetas y nos movemos por la vida como por redes sociales, y queremos que los libros de los hombres de sesenta años los entiendan los hombres de sesenta años y así para cada modalidad. Sería una idea empobrecedora de la literatura, algo de lo que por suerte Clavícula no tiene nada.

Clavícula me parece un libro importante, universal (que es una palabra que sé que suena grandilocuente, pero que es la que toca, porque es un libro que nos puede tocar a todos los lectores, seamos quienes seamos, con nuestra edad, sexo, etiquetas, identidades), que retrata el malestar de los tiempos que nos ha tocado vivir, y que lo hace de una manera literariamente muy eficaz. Un libro que recomiendo muy seriamente.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E