viernes, 19 de mayo de 2017

La España vacía, de Sergio del Molino

La España vacía: Viaje por un país que nunca fue, de Sergio del Molino (Turner)

Hay un problema con las expectativas. Mejor dicho, tengo un problema con las expectativas. Con las previas a una lectura. A veces he esperado tanto para poder leer un libro que cuando llego a él ya me he hecho una imagen completa del mismo, leyendo críticas, oyendo comentarios, ojeándolo en librerías. Ya me he imaginado qué me va a decir el libro, cómo me va a hacer sentir, y solo puede ya, el pobre libro, decepcionarme. En ocasiones me pasa al revés. Algo se pone tan de moda, es tan insistente y tan falsa la afirmación de que es una maravilla, una obra maestra, un libro que no te permite volver a respirar igual, lo que sea, que cuando lo leo, y aunque le reconozca cierto mérito, nunca podrá pasar de eso, de cierto mérito, de psé, no está mal. Estos problemas son míos, claro, no de quienes han escrito los libros. Quizá de las editoriales y sus medios de propagando un poco más.

Llevaba, en cualquier caso, meses esperando leer La España vacía, de Sergio del Molino. Casi diría que estaba deseando leer el libro. Había oído un murmullo general de aprobación hacia él. Todos los que lo habían leído lo recomendaban. Y no me sonaba a una de esas histéricas campañas de unanimidad (como me pasa con Patria, de Fernando Aramburu), sino a sinceridad de lectores. Una clave creo que está en que La España vacía solo me la estaban recomendando personas que normalmente leen, y con meses de diferencia. Seguramente no era a mí a la única persona a la que le recomendaban leerlo, pues desde julio del año pasado estaba siendo una misión imposible dar con él en la biblioteca. Pero, por fin, hace 15 días, estaba libre. Lo vi buscando en el catálogo online y corrí a cogerlo antes de que me lo pudieran quitar.

Tengo, decía, un problema con las expectativas. En este caso, por suerte para mí, las expectativas no han sido un problema. Seguramente porque La España vacía ha superado todas las que tenía. La España vacía es un libro que te habla desde el principio, te mira a los ojos y te obliga a no apartar la mirada de lo que quiere contarte en ningún momento. El comienzo, recordando unos viejos episodios de vandalismo / terrorismo en zonas rurales de Gales en los años 90, dirigidos contra casas de veraneo y fin de semana de ingleses de la ciudad, ya nos sitúa perfectamente. Nos sitúa en dos realidades condenadas a cruzarse continuamente, y casi nunca a entenderse, la del campo y la de la ciudad. Los de ciudad, dice Sergio del Molino, que es uno de ellos, hacemos chistes sobre los de pueblo, tenemos prejuicios. Pero, y es el pero que muchas veces se calla, al revés no hay mucho más aprecio. El pueblo es a veces un lugar lejano, desconocido, que no es ni mucho menos tan plácido como nos podemos imaginar.

Sergio del Molino empieza diciéndonos que él, probablemente, treintañero, periodista y escritor, tiene más que ver con alguien de su edad, oficio y educación de cualquier ciudad del norte de Europa que con alguien de su edad que viva en la España rural y nunca haya compartido sus intereses. Las tribus se han ido desdibujando y nos relacionamos más por las afinidades electivas que por vecindad. No obstante, somos vecinos. Del Molino ha recorrido muchas veces lo que llama La España vacía, especialmente las provincias de Aragón, una comunidad con la población muy concentrada en una única ciudad, Zaragoza, y llena de comarcas y pueblos donde apenas viven 10 o 20 personas en el invierno, a veces menos. La España vacía que Sergio del Molino dibuja, siempre con respeto y siempre tratando de comprenderla, y sobre todo mostrando su incomprensión ante algunos puntos y actitudes, y avanzando desde ella, es Teruel y Huesca, es Guadalajara, Cuenca, Soria, en general el interior de España, aquellas zonas de las que se salió a mediados del siglo XX de manera masiva buscando nuevas oportunidades en Madrid, en Barcelona, en la costa mediterránea. La gente que se fue, hablando en general, nunca volvió, o nunca más de unos días en los veranos y vacaciones de Navidad. Ese fenómeno, como bien repite el libro, se produjo más o menos en todo el mundo, pero quizá en España fue más violento y dificultó más que se cruzaran las fronteras entre ambos mundos, ya que fue más tardío que en otros países, y más de aluvión, concentrado en unos pocos años y unas pocas ciudades.

El subtítulo del libro habla de un país que nunca existió. Nunca existió porque nunca se habla de él, solo cuando suceden desgracias. La España vacía solo aparece en las secciones de sucesos y cuando hay incendios y sequías. No marca la agenda de los políticos, como se suele decir. No está en el imaginario del cine ni de la literatura. Apenas centra reportajes. ¿Tienen sus habitantes derecho a sentirse ignorados? Sin duda. Los de la ciudad nos los imaginamos, ignoramos sus necesidades reales y aún nos permitimos burlarnos. Sus supuestos representantes políticos, esos diputados que hacen que un voto en Soria valga 5, 6, 7 veces más que en Madrid, apenas conocen la realidad de la zona, porque raramente son realmente de la zona. Las dos Españas que dibuja Sergio del Molino acercan sus espaldas para no verse y seguir viviendo en la ignorancia y el tópico.

El gran mérito del libro es que desmonta tópicos, nunca incide en lugares comunes, ofrece datos donde son necesarios (como por ejemplo que la población en la España rural ha aumentado en los últimos 50 años, lo que pasa es que a un ritmo mucho menor que en la España urbana, un dato que contextualiza muy bien) y se los guarda donde sólo nos avasallarían a los lectores, compara la realidad nacional con la de otros países, busca dónde tienen su origen los miedos del pueblo a la ciudad y viceversa, y en qué puntos no son más que los mismos miedos que se han ido repitiendo durante toda la historia, miedos que ya venían representados en la historia de la Torre de Babel.

La España rural siempre ha estado como un tema literario en España, al menos desde la generación del 98, que la paseó, la vivió, la sufrió. Hace pocos años hemos visto una cierta moda narrativa que dio en hablar de gente de la ciudad que llega al campo y se queda encandilada con los pueblos. La apuesta de Sergio del Molino me parece más honesta, no en cuanto a las intenciones, ya que desconozco la de aquellos narradores, sino en cuanto al propio libro. Del Molino ni idealiza ni estigmatiza la España rural. Está ahí, se nota que la ha pisado, paseado y pensado, y lo cuenta. El libro es profundo sin dejar nunca de ser ameno. Está muy bien escrito y trata de desmontar mitos e injusticias, y siempre lo hace con una sencillez clarividente. La escritura acompaña en todo momento, es la justa, y Sergio del Molino no ha tratado de lucirse en ningún momento, lo que se agradece mucho. Es un ensayo que merece la pena leer. Muy muy recomendable, pues se disfruta cada página y se aprende con él, no tanto datos o historias, como a mirar de otra manera una realidad tan cercana como alejada.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas


Sr. E

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