martes, 24 de enero de 2017

Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin

Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin (Ed. Alfaguara)

Desconfío de los nuevos Raymond Carver, los nuevos Bukowskis, los escritores a los que nunca leyó nadie en vida pero a quienes descubren y redescubren después de su muerte, los autores de relato americano que llegan a España con avisos de sus editores informándonos de que son la última joya oculta de la narrativa americana. Desconfío también de los libros del año de Babelia y de las solapas en las que se destaca el número de hijos de la autora, si bebía demasiado o qué trabajos alimenticios tuvo que ejercer. Desconfío de los libros con una frase en la portada como: “En la profunda noche oscura del alma, las licorerías y los bares están cerrados”, una frase que me recuerda a aquella famosa cita de Charles Bukowski, aquella de: “Dios es un local vacío donde no hay filetes”. Me imagino que no soy el único lector al que se la ha recordado.

Todo esto para empezar la reseña diciendo que desconfiaba profundamente del libro, de este Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Y la sigo alegrándome por no haberme dejado vencer por mis prejuicios. Esta colección de relatos, auténticos pedazos de vida, es un libro fantástico. Como tanto se ha destacado, cada historia parece salida de las entrañas de su autora, Lucia Berlin, pero no creo que haya que mirar si realmente salieron de su vida, porque como bien deberíamos saber ya, lo más importante es que esas historias suenen reales, se lean como un pedazo de historia personal, no que le hayan pasado, o no, a su autora.

Manual para mujeres de la limpieza se sitúa en esa línea de autores americanos que descienden de Chéjov después de pasar por una licorería a por una botella de whisky. Lucia Berlin recuerda a Carver y a Wolff. Sus protagonistas son infelices que no saben qué han hecho mal para estar donde están y que se esfuerzan por sobrevivir. Hay mucha clase obrera, gente que está siempre en la precariedad o al borde de la misma. Hay estados fronterizos con México, y parecen a veces casi estados del alma más que territorios. La prosa de Berlin, siendo cortante y fibrosa, no lo es tanto como la de Carver. Y esto lo digo como una virtud. Me parece que su escritura eleva a veces el vuelo y busca imágenes potentes, algunas metáforas que queden en la cabeza de quien las lee. No todo es laconismo, y eso, la emparenta, dentro de mis lecturas americanas, con Lorrie Moore, que se mete en las vidas difíciles de sus compatriotas sin olvidarse nunca de tratar de hacer poesía con ella. También veo esa mirada melancólica de quien perdió los sueños al terminar la adolescencia, si no incluso antes, que recuerdo de los relatos de Carson McCullers, aunque hace años que los leí.

Los relatos reunidos en Manual para mujeres de la limpieza son auténticos, es cierto, pero no lo fían todo a eso tan difícil de concretar que es la autenticidad, y que no siempre tiene por qué ser una virtud. Los relatos de Manual para mujeres de la limpieza son también cuentos que demuestran un muy buen dominio de la técnica, y un cierto estudio de las estructuras y las construcciones antes de abordarlos. Y es que, no olvidemos que por mucho que la editorial haya destacado tanto que Lucia Berlin se casó a los 17 años y fue madre de 4 niños y trabajó limpiando casas (y no quiero meterme en el clasismo que desprende una afirmación así por parte de los editores, pero creo que clama al cielo), también fue profesora de Letras y de Escritura Creativa en algunas universidades.

Uno de los relatos que más me ha gustado es precisamente un juego metaliterario, un ejercicio teórico – práctico de construcción de un relato, titulado Punto de vista. Hay muchos hospitales, muchas desintoxicaciones y muchas enfermedades. Hay internos y hay personal sanitario. Hay drogas y hay bebida. Hay relatos en los que todo eso aparece como elemento central, como en Mi jockey, Su primera desintoxicación o Apuntes de la sala de urgencias, 1977 o Paso.

Hay viajes a México, y frontera. Hay hasta una estudiante universitaria chilena en la universidad de Nuevo México, en el relato Querida Conchi, que como su  título sugiere, toma forma de relato epistolar. Hay mucha rebeldía adolescente, en general explosiva y poco productiva, que Berlin retrata magníficamente, en relatos como Doctor H. A. Moyniham, Buenos y malos o Gamberro adolescente. La autora es muy hábil convirtiendo en material narrativo interesante sus rutinas, algo que hace en Volver al hogar o en Lavandería Ángel, el relato que abre la colección.

De esa rutina también se alimentan dos relatos que hablan directamente de las mujeres de la limpieza, utilizando a una como voz narrativa y como personaje principal. Esos relatos son Luto y el que da título al libro, Manual de mujeres para la limpieza, que toma una original estructura de consejos que una descreída veterana le da a las que se incorporen al servicio doméstico. Tal vez sean dos de mis relatos preferidos de todo el libro, junto con Triste idiota, una melancólica celebración de un cumpleaños más, del paso de la vida.

Todos los relatos del libro tienen un punto de lúcida melancolía y una prosa fluida, bien trabajada. El ritmo es ágil y hay metáforas muy buenas. Hay historias que quieres releer y otras que piensas mejor antes de pasar a la siguiente. Deja un regusto triste pero también abre los ojos de quien lo lee a vidas que a veces quedan fuera de los focos narrativos. No obstante, creo que los editores y periodistas deberían evitar recomendar el libro basándose en que su autora fuera mujer, en su clase social o en los trabajos alimenticios que desarrolló, porque todos esos énfasis suenan condescendientes, y este es un libro duro que sabe defenderse perfectamente solo, gracias a que está lleno de literatura.

Seguiremos leyendo y comentándolo

Felices lecturas

Sr. E



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