domingo, 8 de enero de 2017

Gótico carpintero vs. La escoba del sistema

Gótico carpintero, de William Gaddis (Sexto Piso) vs. La escoba del sistema, de David Foster Wallace (Pálido Fuego)

He cruzado de 2016 a 2017 a lomos de estas dos novelas, que comencé a leer en los últimos días del año pasado y he terminado en los primeros del actual. Es la primera novela que leo de Gaddis y una de las pocas obras de Foster Wallace que me restaban (ya sólo me queda La broma infinita). Empecé con esta obra de Gaddis porque sus grandes novelas me intimidaban un poco, por su tamaño y ambición.

William Gaddis publicó su tercera novela, Gótico carpintero, en 1985. Gaddis fue, como quizá deberían serlo todos, un escritor sin prisa por publicar. Alguien que no tuvo problema en dejar pasar 20 años entre su primera y su segunda novela, y 10 más entre la segunda y la tercera.

Gótico carpintero toma su título de un estilo arquitectónico americano, nacido al amparo del neogótico, en el que lo importante era el envoltorio. Los arquitectos diseñaban bonitas casas de madera que resultaban atractivas desde fuera, y luego, en un ejercicio de habilidad, trataban de encajar en su interior los pilares, tabiques y muebles. Ese es un dato que se da cuando se ha pasado la mitad de la novela, como de pasada. El casero de la pareja protagonista lo dice como si no importara. Esa pareja protagonista es, claro, una pareja mal avenida: ella hija de una fortuna de la que la herencia de su padre la ha dejado fuera, él un veterano de la guerra amargado porque no tiene dinero, uno de esos tipos que siempre tiene un gran plan para forrarse al que sólo el egoísmo y estrechez de miras de los demás impiden prosperar. Ese marido busca que el Estado lo indemnice por las consecuencias de su paso por la guerra, y la novela es una sucesión de visitas a médicos, facturas sin pagar y vasos de whisky. Ella tiene un hermano gorrón y amigos que gustan más o menos a su marido en función de las oportunidades que le presentan de sacarles dinero.

El casero es otro personaje a no olvidar, una especie de genio desaparecido, alguien que iba a ser escritor y ahora es un no – escritor, un lector perfecto que se gana la vida escribiendo textos para manuales escolares de geología, porque también es geólogo, y parece que sobre todo dedica su tiempo a fumar y a la divagación.

Todos hablan y hablan sin escucharse. Los diálogos de la novela de Gaddis están mal puntuados y tratan de reproducir el habla de personas que hace años que no escuchan y sólo hablan y hablan tratando de atropellar el discurso de los demás. La novela de Gaddis se relaciona directamente con la de Foster Wallace, su ópera prima, en ese punto, en el de los diálogos inverosímiles, largos, recargados, artificiales pero adictivos, que también son marca de la casa de Don DeLillo. Tengo apuntada una cita de la novela Ruido de fondo, de DeLillo, también de 1985, que dice que: “La familia es la principal fuente de desinformación”, porque a veces todos hablan y hablan y nadie escucha al otro.

Algo estaba gestándose en 1985. Algo vieron en el aire, algo notaron DeLillo, Foster Wallace y Gaddis, que los llevó a escribir tres novelas en las que los personajes hablan y hablan. Creo que hay una crítica muy importante a la nueva sociedad que se estaba construyendo, y eso que los tiempos de whatsapp y twitter y demás redes sociales donde expresar el más mínimo de los pensamientos, y a veces pensamiento ya es un nombre excesivo, quedaba lejos. Creo que Gaddis, más que en el hecho de que uno de sus personajes sea un escritor, entra en la metanarrativa a través de esa reflexión, ese tono de cháchara sin sentido, quizá un ataque al ansia de publicar de los autores. Publicar como forma de evitar el olvido. Hablar mucho para tener más razón. Y también hace una apuesta metanarrativa en la elección del gótico carpintero, ese envoltorio sin sentido, que representa, sin duda, esa prosa experimental que no es más que forma. Y es muy significativo que autores tan buenos en la forma como DeLillo, Gaddis y Foster Wallace siempre hayan criticado la forma sin fondo.


Aunque La escoba del sistema no se publicó hasta 1987, Foster Wallace la escribió en 1985 como proyecto final de carrera y obtuvo con ella la nota máxima y la recomendación de muchos de sus profesores de que la enviara a algunos editores que podrían estar interesados. La edición de Pálido Fuego comienza, de hecho, con una carta de Foster Wallace a quien fue su primer editor, ofreciéndole uno de los capítulos de la novela para su lectura. Esta edición de la editorial Pálido Fuego ha sido la primera traducción de La escoba del sistema, y en ese sentido tiene un gran mérito, pues completa las obras de Foster Wallace, normalmente editadas en Mondadori. La edición tiene quizá más erratas de las deseables, pero espero que eso se corrija en reimpresiones.
David Foster Wallace es uno de esos escritores obsesivos, como casi todos los que acaban construyendo una obra perdurable. Sus temas han sido siempre unos pocos, y uno de ellos es la incomunicación y la presión social que los otros ejercen desde fuera, cómo lo que los demás piensan de uno lo dibujan y cómo el observador modifica a lo observado, sea una persona o sea toda la sociedad. La escoba del sistema vale como borrador de la obra completa de Foster Wallace, y ya nos mete en un ambiente de jóvenes desnortados llenos de palabrería vacía y hueca. La prosa de Foster Wallace ya es rítmica y presume de sintaxis musculosa y elástica. Su acercamiento a la juventud de la que forma parte y de la que se ríe sin dejar de verse reflejado en ella ya está ahí. Los tiempos de Foster Wallace ya son líquidos y la única herramienta de disección de la que dispone es la ironía feroz. El trabajo, el amor, la amistad, la literatura, ya no son para siempre.

La trama se sustenta sobre una familia en la que nadie se comunica, y para que quede claro, el patriarca es un altísimo ejecutivo al que es casi imposible acceder por teléfono. Siempre está fuera, siempre está reunido, nunca contesta, ni sus más estrechos colaboradores parecen saber dónde está en cada momento. Están aislados de una manera hasta física, como los habitantes de la ciudad universitaria en la que se produce el escape nuclear en Ruido de fondo, de DeLillo.

La palabra envenena y hasta mata y la gente se empeña en hablar e incluso en escribir, y en la editorial en la que trabaja la protagonista, lo saben de sobra. Algunos de los capítulos, en general independientes, en general escenas que no sustentan una trama clásica, son parafraseos que el editor hace de las historias que recibe. Por situar una trama central en La escoba del sistema, la abuela de la protagonista ha huido de su residencia de ancianos, a su vez propiedad de la familia, de ese padre omnipotente y ausente, llevándose con ella a unos veinte residentes y a varios trabajadores. Parece que los ha convencido con su palabrería y parece que tratan de ocultarse los hechos.

En las historias de Foster Wallace, como en las de DeLillo, hay muchas historias que se quieren tapar. Lo demás, la televisión, las novelas que leemos, son un gran mcguffin. Son las historias que suceden por debajo de la superficie las que dibujan realmente el momento en el que vivimos. Un momento al que Foster Wallace, Gaddis y DeLillo parecen buscarle su origen, con cierta capacidad profética, a mediados de la década de los 80, cuando todos empezamos a no escucharnos y a subir el volumen de nuestra inanidad.

Seguiremos leyendo como forma de escucha.

Felices lecturas


Sr. E

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