miércoles, 16 de noviembre de 2016

Memorias de la casa muerta, de Fiodor Dostoievski

Memorias de la casa muerta, de Fiódor Dostoievski (Alba Editorial)


¿Cuestionamos el canon? ¿Debemos hacerlo? A veces resulta atractivo pensar que esos autores que están en los más altos altares de la Literatura lo están únicamente merced a alguna conspiración de filólogos, editores y catedráticos. Porque la verdad es que los filólogos, editores y catedráticos parecen gente dispuesta a las conspiraciones más oscuras por los temas más impensables. Pero la verdad es que por cuestionables que sean los cánones y cómo se forman, y sobre todo quienes los deciden, y aunque sea posible que algunos autores muy valiosos se hayan perdido por el camino, la realidad, me imagino, es tozuda y los autores que han ido quedando por ese proceso de filtración y decantación que dan los siglos, son los que son, y en la mayoría de los casos, los que deben ser.

Dejando esta enrevesada introducción aparte, creo que los que cuestionan los cánones o a algunos de sus autores, no lo hacen con otros. No sé si alguien cuestionaría realmente la presencia de Fiodor M. Dostoievski en cualquier canon de la literatura rusa, de la literatura del siglo XIX y en general de la novela universal. No hay novelista del siguiente siglo que haya escapado, ni lo haya pretendido, a su influencia. Quizá sea el mayor novelista de todos los tiempos, porque sin querer entrar en ninguna polémica innecesaria, no se me ocurre ahora mismo otro autor que pueda presentar cuatro grandes novelas como son Crimen y castigo, Los demonios, Los hermanos Karamazov o El idiota. A esas cuatro obras magnas habría que añadir otros libros como Memorias del subsuelo, Las noches blancas o el libro que he leído recientemente, Memorias de la casa muerta.

Memorias de la casa muerta es una obra muy cercana a la vida de Fiodor Dostoievski, quien la escribió para relatar sus ocho años de exilio y trabajos forzados en Siberia. Una de las cosas que creo que mejor funcionan siempre de Dostoievski es que aun cuando escribe sobre él mismo, como es aquí en gran medida, no se pone demasiado cerca de lo narrado. No se dedica exclusivamente a contar su experiencia en Siberia, sino que trata de retratar cómo era la vida en Siberia para los exiliados, y para ello elige a un exiliado que se parece a él, al noble ruso Gorianchicov.

El recurso de recurrir a Gorianchicov, cuyo manuscrito sobre Siberia es encontrado y presentado para los lectores en este libro, tiene también, conocido el clima de censura y persecución de la época, y que el propio Dostoievski venía del exilio y el castigo, la función de alejar las posibles consecuencias de la publicación del libro de su autor, quien ya no era directamente el narrador del libro, sino alguien que ha inventado una obra de ficción y para ello ha creado a un narrador que es Gorianchicov.

Las memorias de la casa muerta comienzan en un extremo que es el de la extrañeza que esos lugares y esas compañías le producen a un hombre culto, leído, que nunca consideró que su destino pudiera estar entre los delincuentes, y a lo largo de los capítulos va derivando hacia sentirse parte de ellos, de un colectivo del que inevitablemente forma parte, aunque en algunos pasajes se ve una cierta amargura, la del doble castigado, por la autoridad, que lo ha condenado a Siberia, y por sus propios compañeros, que nunca acaban de verlo como un igual, sino que siempre lo ven desde lejos, nunca es para ellos un igual, un camarada, como si su origen, más acomodado, le impidiera comprender las penurias del presidio, cuando es probablemente al revés, ese origen más acomodado marca una caída más elevada y hace que sea más consciente de todas las privaciones a las que están sometidos.

El libro está dividido en dos partes, y en la primera Gorianchicov se muestra mucho más sorprendido por la galería de personajes que le acompañan y comparten su pena. Aunque no sea totalmente cierta esa separación, en la primera se centra un poco más en describir a las personas a las que va encontrándose y conociendo y en la segunda narra más sucesos y sensaciones.

Una de las características que a veces me distraen en la lectura de Dostoeivski es su tendencia a los grandes diálogos. Los personajes de sus novelas, como en el teatro, llegan a la escena y sueltan un discurso. Esos discursos suenan, a nuestras mentes de lectores posmodernos y seguramente más cínicos que los de Dostoievski, demasiado trascendentales y grandilocuentes. Y siempre que me topo con ellos no puedo evitar distraerme de la lectura y pensar que el tono no encaja. Y es porque no encaja con nuestro mundo, pero estamos leyendo otro mundo. Memorias de la casa muerta tiene para mí, como lector, la ventaja de no estar concebida como esa clase de novela, con esos elementos estructurales apoyados en las intervenciones discursivas de los personajes, sino ser literalmente la memoria de alguien que va contando, capítulo a capítulo, escenas de su vida en la prisión.

Las escenas que recuerda y narra Dostoievski a través de su personaje son todas vívidas y te trasladan automáticamente a la vida en aquellos campos y a las sensaciones que el ser humano debe tener en situaciones así. Dostoievski es siempre compasivo con los seres con los que comparte la existencia en Siberia y aún con los peores trata de buscar algún punto de conexión que le permita comprenderlos, o al menos no condenarlos. Y eso que algunos de ellos son malos bichos, y otros se encuentran tan lejos de su comprensión que no le producen más que extrañeza, y los ve como un entomólogo vería a los insectos a los que estudia.

Los mejores momentos como lector me los han proporcionado aquellos en los que los internos se olvidan de que lo son, y disfrutan de sus escasas libertades, y se creen ciudadanos, o se creen artistas, o hasta se creen libres. También se ve en este libro la triste conclusión de que el ser humano es explotador cuando puede, y que aún dentro de la prisión y castigados en algunos casos a un exilio y a hacer trabajos forzados hasta la muerte, quien puede intenta tener sus privilegios, trata de tener sus criados, pisa a quien se deja pisar, maltrata al débil, se ríe del diferente, y en definitiva, nunca ve cómo se despierta un sentimiento de solidaridad y de vida común entre quienes están bajo unas mismas condiciones.

Después de terminar un libro como Memorias de la casa muerta te queda el vacío de haberlo terminado y te surge la pregunta de qué leer después que no palidezca por la comparación.

Intentaremos encontrar buenos libros para las próximas semanas.

Felices lecturas


Sr. E

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