martes, 1 de noviembre de 2016

El fantasma en el libro, de Javier Calvo

El fantasma en el libro, de Javier Calvo (Ed. Seix Barral)


Conozco a Javier Calvo como novelista (Mundo maravilloso me parece una muy buena novela, con un mundo propio muy potente, y El jardín colgante me parece que hacía parodia de algunos puntos oscuros de la democracia, pero precisamente con esa parodia se permitía sacarlos a la luz y retratarlos). También conozco a Javier Calvo como traductor, especialmente de David Foster Wallace y J. M. Coetzee, y en este libro se retrata sobre todo como traductor. En principio, basándome en mis experiencias como lector de su ficción y sus traducciones, me interesa lo que tenga que decirme sobre cualquiera de las dos labores.

El fantasma en el libro es una obra que trata de retratar un oficio, el de traductor literario. Javier Calvo hace en primer lugar un repaso por la historia de esta profesión, muy ligada en sus orígenes a los textos clásicos y sagrados. Aparte de aprender un poco de historia, nos va mostrando cómo el oficio ha ido cambiando, y cómo ha ido virando desde una labor casi equiparable a la de escritura, en la que el traductor, además de volcar el texto de un idioma a otro, se tomaba la libertad de arreglarlo según su criterio, a una labor en la que se entiende que lo principal es que la versión en el idioma al que se traduce sea lo más parecida a la versión original, considerándose malas traducciones aquellas que reforman o cambian sentidos. Esto, claro, hace que nos acerquemos a los tiempos de las máquinas traductoras.

La traducción creativa de la que habla Javier Calvo abría las puertas a que prácticamente un libro se convirtiera en otro. Se habla de ejemplos quizá extremos, como el de un traductor francés que dejó La odisea en la mitad de páginas y pasajes porque consideraba que así era más ágil, o de Leandro Fernández de Moratín traduciendo a Shakespeare y tomándose la libertad de introducir o quitar personajes, añadiendo escenas, eliminándolas, etc. Estos son los excesos, en algunos casos motivados porque el traductor es un escritor y se cree capaz de mejorar el original, en otros porque no domina realmente el idioma y más que traducir adapta, o porque juzga que una cierta adaptación facilita la lectura, en otros casos por motivos más oscuros como la censura o la autocensura. Pero salvando los excesos, hubo grandes traductores creativos que reivindicaban esa labor creativa, ese añadido que daba el traductor. Un ejemplo clave es Borges, quien por ejemplo dotó a Faulkner de un lenguaje y un ritmo propios en castellano (recuerdo a Piglia diciendo que en su juventud leía mucho a Faulkner traducido por Borges, que era algo así como leer a Onetti). Otro, aunque como discurso defendía justamente lo contrario, fue Nabokov. Nabokov es además un ejemplo muy interesante de autotraducción, ya que se encargó de pasar sus primeras novelas rusas al inglés, y sus novelas americanas al ruso. Nabokov es un tipo de autotraducción de alguien que se ha criado con varias lenguas y que las domina perfectamente. Otro de los ejemplos de autotraducción que se estudia es el de Beckett, aunque el francés de Beckett no era tan rico como su inglés y eso hace que sus obras en uno u otro idioma no sean exactamente iguales. El mismo Beckett hablaba de que le gustaba escribir en francés, con sus limitaciones idiomáticas, porque eso potenciaba el efecto de extrañeza en sus textos.

Calvo se lamenta de que no se valore suficientemente al traductor, y que eso esté convirtiendo su trabajo en poco apreciado, por lo tanto mal pagado, y como normalmente sucede cuando un trabajo se paga mal, al final de poca calidad. Calvo habla de una generación de traductores anterior a la suya que tuvieron un importante papel en las editoriales, un cierto peso, vivieron muy ligados a los autores en los que estaban especializados, y fueron  verdaderamente sus voces en castellano. El castellano, el español, su uso y las traducciones que pretenden abarcar desde Valladolid hasta Cali es otro de los temas que se tratan en el libro. Calvo cree que esos grupos multinacionales que intentan que los texto suenen neutros han acabado creando un idioma plano, sin matices, que en realidad no existe. Hay un castellano traducido que en realidad no se habla en ningún sitio y a todos espanta pero es con el que tenemos que leer. Con el peligro añadido de que el lector de traducciones acabe adaptándolo como anglicismos castellanizados.

Otro punto importante es el de las traducciones que vienen de traducciones, algo que en España fue típico para leer a autores rusos u orientales, a los que casi siempre se traducía desde el francés, no desde el idioma original. Algo que ha ido cambiando.

Otras de las cosas que han ido cambiando al dar cada vez menos importancia a la labor del traductor, y que abre interesantes temas, es que si se busca un idioma neutro, sin matiz, sin literatura, llegará el día en el que los traductores automáticos sean suficientemente buenos para lograrlo y el traductor como tal desaparezca. Otro es que el lector, precisamente, al no ser más exigente, legitima la mala traducción. Javier Calvo habla de un fenómeno al que estamos llegando en los últimos años, y no sólo en la traducción, que es el de la gente que genera contenido gratuito, sin mayor nivel de exigencia, pero que hace lo que llama fantraducciones, muy ligadas a sagas fantásticas, que mediante las voluntariosas traducciones de fans entregados permiten al lector impaciente acercarse a la historia (aunque quede desfigurada por las malas traducciones) antes de que llegue por los cauces editoriales habituales al lector. Quitándole en muchos casos, además, lectores a la editorial que oficialmente tiene los derechos. Esto apunta a una idea muy interesante, como dice Calvo, el llamado crowdsourcing, del que se aprovechan Twitter, Wikipedia, Google o Facebook, plataformas que consiguen que miles de personas generen contenidos gratuitos para ellos.

El fantasma en el libro es una obra muy interesante, que conviene leer y sobre la que conviene reflexionar, pues nos pone otra vez ante un mundo que se acaba, el de la edición tradicional, y que viene a ser sustituido muchas veces por algo dudoso y cuestionable. El título, que no hemos comentado, viene a hacer referencia al papel del traductor como una presencia necesaria, innegable, pero que no debe notarse demasiado en el resultado del libro, pues dejando al margen las libertades creativas que los traductores se hayan tomado en la historia, la traducción sólo suele notarse cuando falla, cuando nos enfrenta a palabras que suenan raras, a frases mal construidas, a referencias mal dadas.

Seguiremos leyendo y reflexionando sobre lo leído.

Felices lecturas


Sr. E

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