jueves, 22 de septiembre de 2016

El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón

El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón (Ed. Caballo de Troya)

Escuché (leí más bien, supongo) por primera vez el nombre de Alejandro Morellón cuando ganó en 2.013 el Premio de Libro de Cuentos de la Fundación Monteleón con un libro titulado La noche en que caemos. Yo había participado en aquel certamen con alguna versión más o menos parecida a lo que luego fue Desórdenes, con el que obtuve el Premio Manuel Llano de Libro de Cuentos en 2.015. La portada de aquel libro me pareció muy sugerente, y la sinopsis muy interesante, pero como sucede muchas veces (demasiadas) con las ediciones que vienen de premios, no son fáciles de encontrar y nunca he podido leerlo.

Este año volví a leer el nombre de Alejandro Morellón como el de uno de los autores a los que Alberto Olmos había “fichado” para la editorial Caballo de Troya durante su año de editor invitado. Caballo de Troya siempre ha tenido, desde los tiempos de Constantino Bértolo, una cierta inquietud social, y ha estado muy pendiente de buscar jóvenes autores que de alguna manera reflejaran las preocupaciones del momento, con lo que eso tiene de elogiable y lo que puede tener de peligroso, porque a veces conduce a publicar libros con fecha de caducidad demasiado cercana si el mensaje es mucho más potente que la forma. La descripción del libro de Alejandro Morellón, así como las de su anterior libro, parecían situarlo en una órbita creadora más cercana al relato fantástico, y eso me incitó a querer leerlo, porque supongo, como lector, que si una editorial rompe su línea habitual con un autor en concreto debe ser porque ese autor concreto les ha llamado poderosamente la atención.

El estado natural de las cosas es, efectivamente, en ese sentido, un libro singular dentro de la línea de su editorial, porque se ajusta bastante bien a lo que clásicamente ha sido un libro de relatos de tono fantástico. El fantástico al que nos referimos en este libro es esencialmente esa clase de relato fantástico que pone un pie en la realidad y luego da un salto que rompe nuestra experiencia habitual. Es una de las estrategias clásicas de la narrativa fantástica, y en ese sentido es un libro muy agradable de leer para quien tiene costumbre de visitar a autores como Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares o José María Merino, pues conoce sus reglas. Unas reglas que podrían resumirse en: ahora, en este momento, el autor va a romper las reglas, y ya veremos a dónde nos lleva. No obstante, las historias de Alejandro Morellón destacan algunos aspectos (precariedad, juventud desorientada, control social) que enlazan con la tradición de la editorial Caballo de Troya y también es interesante buscar esas conexiones. Quizá podríamos decir, por no ceñirnos a una etiqueta única, que son relatos irrealistas.

El libro tiene siete relatos, seis de ellos bastante breves (todos de menos de diez páginas) y uno que está cerca de pelear por el nombre de nouvelle (pasando de las setenta en este caso). La estructura deja esa nouvelle en el medio del libro, y siendo además la que da título al conjunto, y siendo además el mejor texto, parece claro que es la principal apuesta del autor. El libro se presenta dividido en tres partes, y seguirlas me parece la manera más fácil de hacer un breve resumen del mismo:

Primera parte: Como el perro que olfatea al pájaro: Nos encontramos con los tres primeros relatos. Todos los relatos del libro son ocurrentes. En todos la situación de partida nos hace arquear una ceja. En unos la sorpresa permanece y en otros se desinfla. Estos primeros tres relatos funcionan bien, y son una buena puerta de entrada a lo que nos vamos a ir encontrando. El primer relato, Elogio del huracán, nos lleva al interior de una especie de secta, y desde ahí funciona como una prosa muy bien trabajada, que no cuenta nada que sea inesperado, es la espera de otra persona, alguien en quien hay puestas, quizá, demasiadas esperanzas. El principal valor de este relato creo que radica en que funciona, a su manera, como una poética del autor. Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano: por ejemplo, la de un vaso que se rompe en la oscuridad. Así empieza este relato, así empieza el libro, y aunque no sea directamente el autor quien nos habla, quizá sirva como aproximación a sus intenciones. Parece una puerta de entrada a su mundo, desde luego el vaso que se rompe en la oscuridad es una imagen que lo describe adecuadamente.
Aunque los relatos de Alejandro Morellón me han hecho pensar, desde que empecé a leer el libro, sobre todo en Julio Cortázar, hay dos cuentos que han dirigido de modo directo mi memoria hacia Kafka. Por una sensación de burocracia castrante por un lado, y por la tensión entre la historia y la desgracia que parecen correr en el exterior y las pequeñas miserias de la pequeña comunidad. Reprimir el gesto exterminador es el primero. Una chica se ríe como si fuera feliz y a los vecinos les molesta. Esa podría ser la sinopsis en una línea de lo que se cuenta.
Intervención nº 3 sobre mano izquierda de sujeto anónimo nos habla de un artista que busca voluntarios para cortarles una mano. Les pagará bien y lo hará en nombre del arte. El relato me ha parecido especialmente valioso por su violenta dialéctica del arte contemporáneo, al que imaginamos capaz de algo así. Este verano he leído también Intento de escapada, de Miguel Ángel Hernández, y planteaba algo similar. El drama personal está en la variedad de individuos que podrían verse acuciados por la necesidad a acceder a algo como dejarse cortar una mano a cambio de dinero. ¿Cuánto puede cambiar la vida de alguien sin una mano? ¿Cambiaría la propia persona? La respuesta está al otro lado de la recompensa. 15.000 € para ser exactos. El precio por el que se puede perder mucho más que una mano.

Segunda parte: Era la época de los maestros de la levitación: El estado natural de las cosas es el estado al que el protagonista de esta historia querría que todo volviera. ¿Cuál es el estado natural de las cosas? Aquel en el que las personas habitan a la altura del suelo y en los techos sólo hay lámparas y quizá algunos adornos. ¿En qué estado queda la vida cuando nos caemos y aparecemos en el techo? Esta nouvelle, de aire kafkiano, empieza con la elección de esa palabra, caída, que supone una inversión de valores, por usar términos de Nietzsche. Alguien que cae y aparece en el techo está marcando el tono del relato. El inicio no busca introducirnos de manera vertiginosa en esa nueva realidad utilizando una de esas frases directas, como podría ser la del inicio de La metamorfosis. Morellón nos mete poco a poco en la historia. Y nos subimos al techo con su protagonista. ¿Puede una relación de pareja sobrevivir a algo así? Está claro que no. ¿Puede llevarse una vida normal? Por muchos arreglos que se quieran hacer, está claro que tampoco. Leía hace poco el libro de Conversaciones con David Foster Wallace y me llamó la atención que hablara de que el escritor muchas veces querría ser el que puede ponerse en el techo y ver lo que pasa. Me llamó la atención la imagen que utiliza, y que aquí la tengamos tan directamente. Porque este relato largo habla, también, de la creación. Y de las obsesiones, tan inevitables (y seguramente necesarias) para quien crea. Me parece que El estado natural de las cosas es un texto que se presta a muchas lecturas, lo que es síntoma de su valía literaria. Entre esas lecturas no me parece de las más forzadas interpretarlo como una batalla entre el creador y el mundo que lo rodea. El creador que se queda fuera, alimentando sus obsesiones (aunque el relato las sublime en el cuerpo de una musa cibernética), reviviendo traumas infantiles, incomunicado. Esa lectura en clave creativa creo que ha hecho que lo relacione con un relato, que también recuerdo largo, de Quim Monzó, titulado Ante el rey de Suecia, incluido en El mejor de los mundos. Al escritor, como figura rara por excelencia, acaban sucediéndole cosas raras, como caer hacia arriba, una situación tan extraña que parece pedir medidas desesperadas que puedan resolverla.
Imperdonable: que el personaje escuche al bluesman Moody Waters, que supongo que será un hijo deforme de Muddy Waters y aquella banda llamada The moody blues.

Tercera parte: Los pájaros que saben: Estos tres últimos relatos me han parecido menos trabajados (aunque supongo que lo habrán sido en igual medida, quizá simplemente no han quedado tan redondos) que los tres primeros, con los que los comparo, dejando la nouvelle central al margen. Son relatos que parten de una situación inicial sugerente (a alguien le crece una preocupante sombra en La sombra de una imagen que se ahoga, los celos en la pareja de una mujer que se ha prestado con su marido a fabricar clones de ellos mismos en Fucksímil, a su manera un acercamiento al clásico tema del doble, casi obligatorio en cualquier colección fantástica, y una deformidad física que va creciencia y preocupando a quien la padece, a la vez que impresionando a todos, en Cuidado con el huevo) pero no me han parecido tan bien rematados. Quizá han salido perdiendo de mi experiencia lectora tras el paso por El estado natural de las cosas, y un libro que venía in crescendo ha acabado con unos relatos que me han parecido menos intensos por venir después de la cima.

En general me ha parecido un libro bien escrito en el que el autor ha sabido mezclar muy bien el clásico fantástico con algunos toques de realidad, consiguiendo que la realidad sea cuestionada por esas interrupciones de lo que nos gusta considerar normal. Es un libro que se mueve en el concepto de escritura lúdica que manejaba Cortázar, y para los lectores juguetones deja por ejemplo la labor de ir siguiendo los siete usos distintos del término Ehio. Merece la pena leerlo, y esperar los siguientes pasos de Alejandro Morellón, que no sé si seguirán en el mundo del relato o probarán en la novela.

Seguiremos hablando de libros.

Felices lecturas

Sr. E



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