viernes, 16 de septiembre de 2016

Conversaciones con David Foster Wallace

Conversaciones con David Foster Wallace, Stephen J. Burn (Editor), Ed. Pálido fuego

Cuesta hablar de un libro que nos ha dicho tanto que si no fuera porque estamos mayores para ciertas cosas podríamos hasta decir que nos ha cambiado, en cierto grado, la manera de leer. No soy un fanático de David Foster Wallace pero sí soy, desde luego, un lector de muchas de sus obras. Un lector y un relector, lo que indica que es un autor que siempre me interesa. Nunca me he lanzado todavía a abordar su gran novela, La broma infinita, aunque me la he comprado durante este verano para acercarme a ella en las largas tardes de invierno. Sí he leído, y releído, sus relatos de La niña del pelo raro, Entrevistas breves con hombres repulsivos y Extinción, así como su genial crónica de cruceros Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, uno de los textos más divertidos y a la vez tristes que nunca he leído.

En 2.013 escribí un relato, sin apenas haber leído a Foster Wallace, con el que gané el X Certamen Jóvenes Talentos Booket – Ámbito Cultural. Aquel relato se llamaba Literatopatías (Estudio Psiquiátrico sobre la Situación Coyuntural de la Literatura Contemporánea) y bajo ese título inequívocamente inspirado en David Foster Wallace, me burlaba (llevándolo a su versión psicopática) de aquellos que en esos momentos adoraban a David Foster Wallace por encima de todas las cosas. Es difícil ser un mártir, y supongo que uno no elige a sus seguidores o supuestos seguidores. Veo cómo parece que en el último año se ha abierto la veda para criticarlo. Y como pasa siempre, después de que un autor haya estado en el altar de los intocables durante un tiempo, cuando lo bajan, los que se lanzan a criticarlo (que muchas veces son los mismos que antes lo encumbraron) se exceden y pierden toda objetividad.

Conversaciones con David Foster Wallace es un libro en el que se recogen entrevistas realizadas al autor durante toda su vida, desde que publicó su primera novela, La escoba del sistema, hasta después de su último libro de relatos, Extinción. Foster Wallace habla en uno de esos encuentros sobre Raymond Carver y afirma que Carver era un genio, que creó algo perdurable, pero que él no tiene la culpa de sus miles de imitadores y discípulos mediocres. Y esto quizá sea aplicable a Foster Wallace, y aunque cueste, hay que acercarse a su obra, y a su personalidad como autor, que aquí revela en gran medida, sin tener en cuenta a quienes lo loan como el último gran escritor nacido en el siglo XX, como un genio cuya obra pervivirá cien años.

¿Sobrevivirá la obra de Foster Wallace cien años? Por lo que nos cuenta este libro, era uno de sus objetivos. En algún momento de sus páginas afirma que quiere escribir una novela que se siga leyendo dentro de cien años. No sabemos qué pasará dentro de ochenta, pero de momento hace veinte de la primera publicación de La broma infinita y se sigue estudiando con interés, y este año se han hecho reediciones conmemorativas de su vigésimo aniversario. Hay y hubo mucho de moda en la figura de David Foster Wallace, por su manera de analizar la modernidad, por su relación con los medios de comunicación, por su figura, por su pañuelo en la cabeza, por su aire de gigantón frágil, por haber sido lo más parecido a una rock star del sistema literario, por su suicidio.

Antecedentes: Durante los aproximadamente veinte años que abarcan las entrevistas con David Foster Wallace recogidas en el libro se repiten muchos clichés. Creo que al propio autor le divertiría ver cómo se repitió tantas veces durante dos décadas que sus padres eran profesores, que leían el Ulises de Joyce, que Foster Wallace fue un jugador de tenis bastante brillante en la adolescencia, que terminó dos licenciaturas, una en lógica matemática y otra en literatura, y que fue el trabajo de final de carrera de esta segunda, la que acabó siendo su primera novela, La escoba del sistema, que publicó a los veintitrés años.

Los inicios: Tras sus primeras publicaciones Foster Wallace se acostumbró a dar entrevistas. En las primeras es más abierto, seguramente por edad se sentía cercano a quienes le entrevistaban, muchas veces periodistas que acababan de terminar sus estudios. Con los años fue cubriéndose de un caparazón, y restringiendo la información que daba abiertamente. En el prólogo al libro Stephen J. Burn cuenta que fue un periodista el que le dijo a Foster Wallace en algún momento de la promoción de La broma infinita que no debía decir ciertas cosas, pues lo ponían en una situación de debilidad ante el entrevistador. Creo que Foster Wallace se arrepintió de ciertos comentarios, igual que según cuenta en el libro se arrepintió de ciertas apreciaciones en sus libros de no – ficción, y dejó de hacerlas.

¿Qué se puede aprender sobre David Foster Wallace leyendo este libro?: Creo que se puede ver dónde se situaba él en una línea de evolución de la literatura, y cómo sus lecturas y referencias fueron cambiando. Empieza hablando, seguramente considerándose parte de algo que por darle un nombre se llamaba posmodernismo y que venía de manera más o menos directa de autores como Thomas Pynchon, Robert Coover, William Gaddis o Donald Barthelme. Aunque es consciente de que el posmodernismo es a veces demasiado solipsista y no anda hacia delante sino que traza círculos y espera la admiración de los críticos y Foster Wallace quería avanzar en su obra. En algún momento habla de los hijos de Nabokov, y entendemos que son aquellos autores que trabajan una buena prosa en la que narran sin perder de vista los juegos de autoconciencia. Nombra por encima de todos quizá a DeLillo. DeLillo y Cynthia Ozick son dos autores a los que siempre nombra con gran admiración en esos veinte años de palabras. Al final acaba hablando de la manera de abordar la trascendencia con un discurso limpio que ha encontrado leyendo a San Pablo, Dostoievski y Camus, y quizá estaba por ahí la línea que pretendía seguir en el futuro. Tampoco duda nunca en hablar bien de autores contemporáneos, de su edad, a los que lee con interés aunque no se ve relacionado en lo que escriben unos y otros, autores como Jonathan Franzen, Lorrie Moore, George Saunders o William T. Vollmann.

La trascendencia y la ironía: Foster Wallace es consciente de que su estilo, y quizá es algo generacional, está muy apoyado en la ironía. Quizá demasiado, se lamenta en algún momento, pero cree que la narrativa no puede seguir haciendo ciertas cosas: escenas, giros, presentaciones de personajes, sin tomárselos un poco a broma, sin jugar con el lector, sin decirle: sé lo que estás pensando. Quizá, dice, la ironía sea una respuesta a toda esa narrativa tan seria que pretendía reproducir el mundo, y la respuesta a esa ironía acabe siendo una vuelta a la narrativa clásica, con todas sus convenciones. Uno no puede escribir dejando de lado la autoconsciencia, viene a decir. A Foster Wallace no le parece realista el Realismo, por decirlo de alguna manera. Le parece que la realidad en la que vive, de finales del siglo XX, está llena de referencias y metarreferencias, y no tiene sentido tratar de esconderlo. Hay arte que perdurará y hay arte que no perdurará y es difícil saber qué lo hará y qué no, pero él cree que su obligación es narrar su tiempo como lo siente, y que eso puede darle lugar a que su obra permanezca.

David Foster Wallace, la persona: Leer algunas de las afirmaciones que hace, sobre la soledad o la tristeza, sobre algunos personajes que terminan mal y que como él mismo dice, no sé de dónde salen, pero sin duda salen de algo que está mal dentro de mí, provoca un cierto escalofrío. Por usar sus propias ideas, no se puede leer este libro con mirada limpia, obviando cómo terminó su vida el autor, y es difícil no buscar señales que vayan anunciando algunos de sus estados de ánimo depresivos. Tenemos demasiadas referencias externas y no podemos dejar de usarlas. No hace falta buscar demasiado, están a un nivel superficial de lectura.

David Foster Wallace, el autor: Todos los que lo conocieron destacan que era una persona muy inteligente. Y lo parece. Es también un escritor inteligente, y como él mismo reconoce, a veces eso puede hacer que el lector piense que intenta pasar por listillo. Y a nadie le gustan los listillos. Una de las cosas que decía revisar mucho como autor antes de publicar eran esas páginas en las que pensaba que el lector podía pensar que era un listillo haciendo una demostración de virtuosismo. Y aún así sabía que muchas de sus páginas podían dar lugar a esa sensación. Resulta muy gracioso cómo explica qué llegó a esas notas a pie de página que marcan en gran medida La broma infinita y durante un tiempo después no era capaz de escribir otra cosa que páginas llenas de notas, y que tuvo que plantarse muy seriamente y volver a aprender a escribir sin ellas, para no acabar siendo cargante. Creo que la inteligencia de Foster Wallace era ese tipo de inteligencia que relaciona información de manera muy rápida, y que sobre todo sabe hacerlo, a veces, de manera original, dando lugar a algo verdadero, artístico, perdurable. Cuenta que hay días que recibía 50.000 impactos de información al día y que su labor muchas veces era filtrar todo eso y sacar de ahí 20 o 25 datos útiles. Cuando lo conseguía, todo funcionaba. Escribo buscando el clic, cuenta en algunas entrevistas. A veces noto cómo al avanzar en la escritura suena ese clic. Y era capaz de detectarlo en la obra de otros. Sobre la obra de otros y sobre la suya, Foster Wallace tiene desde el comienzo de su carrera una idea bastante clara de las cosas que sabe hacer bien como autor y de las que no hace tan bien. Es capaz de admirar algunos aspectos de otros escritores y ser consciente de que eso no sabría hacerlo bien, o no sería natural incorporado a su obra. Eso es algo que un escritor debe aprender y que normalmente tarda mucho más en aprender, pero parece que David Foster Wallace lo vio fácilmente.

Es un libro interesante para cualquiera, pues permite acceder a una mente brillante que muestra algunas de las claves de su funcionamiento y algunos de sus temas de escritura. Creo que Conversaciones con David Foster Wallace es un libro que despertará el interés por leer su narrativa a quienes nunca la hayan leído. Y es sin duda un libro que complementará perfectamente la lectura de su obra. Para aquellos que ya lo hemos leído, nos permite comprender mejor ciertos aspectos, y nos despierta las ganas de seguir leyéndolo.

Seguiremos hablando de libros.

Felices lecturas


Sr. E

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