sábado, 30 de enero de 2016

Cuentos pendientes de enero

Mis lecturas de enero

Tengo la sensación de haber empezado el año leyendo algunos de los mejores libros que leeré este año. Espero equivocarme y que los meses siguientes vayan superándose. Una de las lecturas principales, Sombras sobre el Hudson, estaba planificada, me fui encontrando con otros libros que no he juzgado necesario reseñar porque me han transmitido poco, y casi por casualidad me han llegado dos obras con las que no contaba, nuevas ediciones de Levrero y Las memorias de Maigret, de Simenon.


Las memorias de Maigret, de Georges Simenon: Hay dos autores a los que nunca nombro entre mis autores predilectos, porque probablemente no pertenecen a ese grupo, pero a los que leo muy frecuentemente, y siempre con gusto. Son Patricia Highsmith y Georges Simenon. Ambos fueron, además, autores muy prolíficos, por lo que es fácil dar con obras suyas no leídas en las visitas a la biblioteca. Son lecturas, las suyas, que nunca defraudan mis expectativas. Narración interesante, bien llevada a cabo, que me ocupa la mente durante los ratos de lectura y no me preocupa excesivamente entre uno y otro. Encontré Las memorias de Maigret en el altillo de una casa ajena durante las pasadas vacaciones, y en ese punto intermedio entre el robo y el rescate, decidí llevarlo conmigo. Nunca había sido abierto por su legítimo dueño, y es una edición promocional de hace más de diez años, así que creo que ya puedo considerarlo mío.
Simenon era un escritor sencillo pero para nada simple. Aquí se marca un ejercicio metanarrativo muy atractivo para cualquiera que haya leído alguna vez un libro protagonizado por su personaje más famoso. Maigret, tras cuarenta años y veinticuatro novelas (eso nos dice), decide ajustar cuentas con Simenon y aclarar algunas imprecisiones sobre su persona que este ha ido deslizando en esos libros. El libro nos sitúa en un mundo en el que el Inspector Maigret es efectivamente un inspector de la policía, al que un joven George Simenon (tan joven que firmaba George Sim) acude en busca de modelo para una serie de novelas policiales. Inspirado en él, poco a poco lo va convirtiendo en personaje, y hasta cierto punto se mete en su vida real y la reemplaza en algunos aspectos. El libro es una reflexión ligera sobre las relaciones entre realidad y ficción, aclara algunos aspectos del trabajo policial y cómo suelen reflejarse normalmente en la narrativa negra, y nos sirve, en este caso, para ver cómo el personaje quiere que veamos al autor, quien aprovecha este juego de espejos dobles para presentar algunas de sus ideas y valores como novelista.


Sombras sobre el Hudson, de Isaac B. Singer: Creo que ya he empezado el año leyendo uno de los mejores libros que leeré en todo 2.016. Sombras sobre el Hudson se sitúa en los años 50 en la ciudad de Nueva York, siguiendo las andanzas, aventuras y desventuras de un grupo de judíos que llegaron a la ciudad huyendo de los nazis, en muchos casos después de haber pasado por el horror de los campos de concentración o haber perdido a sus familias.
Después de una experiencia así, nos parece que la vida debe ser imposible de continuar, y aquí vemos que es muy difícil hacer nada sin que aparezcan las referencias a ese pasado. Pero la vida, incluso para ellos, continúa, y los vemos reunidos tomando café, charlando de filosofía y arte, rememorando cómo era aquella Centroeuropa donde muchos empezaron a vivir. Los vemos mirar hacia sus antepasados y establecer las diferencias entre el judaísmo de sus padres, muy ortodoxo, el suyo, mucho más flexible, y el de sus hijos, apenas existente. La historia gira alrededor de las tensiones intergeneracionales y el conflicto étnico entre los emigrados y sus familias y el país que los acoge.
Todo ello va siendo guiado a través de las setecientas páginas de la novela siguiendo la historia de amor de una joven y un viejo amigo de su padre. Una historia de amor que perturbará la existencia de todos, escandalizando a unos, trayendo personajes del pasado, provocando un conflicto tras otro, maldiciones, más choques.
La novela fue publicada originalmente por Isaac B. Singer en forma de novela por entregas en la prensa, y eso se nota en la agilidad con la que está estructurada, atrayendo al lector a seguir hacia delante, a desear el siguiente capítulo. Singer escribió una verdadera novela psicológica en la línea de las grandes novelas del XIX, con todo lo bueno y todo lo malo que ello conlleva. Un novelón que crea un mundo propio con personajes perfectamente retratados, vivos, interesantes, que nos enseñan la vida de quienes sobrevivieron al horror y tuvieron que empezar una nueva vida.


Diario de un canalla y Burdeos, 1972, de Mario Levrero: Dentro de las novedades de Mondadori en 2.016 están algunas ediciones de Levrero que salen en España por primera vez en papel (esto es un poco discutible, porque una de las novedades, La banda del ciempiés, editada como novela única, formaba parte del volumen de tres novelas cortas Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y otras novelas que estaba disponible en DeBolsillo) está este volumen con dos de los diarios de Levrero.
El mejor Levrero, para mí, y creo que para casi todos sus lectores, es el Levrero de El discurso vacío y La novela luminosa, ese autor que se hace fuerte en la autoficción y crea un mundo literario propio, muy identificable, convirtiéndose en uno de los analistas más finos, irónicos y ricos de la existencia contemporánea y su tedio. El rescate que se hace de estos dos textos en este volumen asume también que el mejor Levrero es ese, y trata de darle a sus lectores más de lo mismo. Y en cierta medida conseguimos una nueva dosis de esa literatura, pero son dosis rebajadas.
Diario de un canalla está escrito a mediados de los ochenta, cuando Levrero vivía en Buenos Aires, trabajando como director de una revista de crucigramas y pasatiempos. Diario de un canalla habla, de hecho, de La novela luminosa como un proyecto que lleva un tiempo aparcado, y que siguió estando así hasta que a principios de la década de los 2.000 obtuvo la Beca Guggenheim. Levrero habla del Levrero canalla, es decir ese que ha renunciado a ser un artista a cambio de un sueldo con el que mantenerse. Aparece una de las grandes tensiones de El discurso vacío y La novela luminosa, la incapacidad de encontrar los momentos adecuados para la creación, a base de dejarse llevar por la corriente de la vida, de verse afectado por el ritmo que el exterior trata de marcarle. Mario Levrero, sin ser un teórico, es uno de los autores que mejor ha reflejado el inevitable conflicto entre la vida real, práctica, y la vida ociosa en la que la creación se hace posible, y cómo, para ciertos autores, la intromisión de la vida y sus obligaciones impide la labor creativa. En Diario de un canalla he visto algunos de los rasgos del mejor Levrero, aunque la obra no alcance el nivel de redondez de sus obras mayores.
Burdeos, 1972, me ha gustado menos. Por las fechas en las que está escrita podemos suponer que prácticamente estos textos coinciden en su escritura con La novela luminosa, y cabe, quizá, considerarlos descartes de la misma. Burdeos, 1972, lleva a Levrero a ese año y esa ciudad francesa, una de las pocas veces que salió de Montevideo. Levrero es un escritor gris, rutinario, que sale poco de casa y que desde luego no viaja, y los dos textos de este libro son excepcionales en ese sentido, pues reflejan dos momentos de alejamiento de Montevideo, Burdeos en los 70 y Buenos Aires en los 80. Levrero se fue a Burdeos en 1972 siguiendo a una mujer que tenía una hija, y cuenta en este diario aquellos meses, en los que se siente extranjero e inútil, ve cómo su pareja se derrumba, pierde el tiempo, y recordados tantos años después, se permite analizar cómo funciona la memoria y cómo alguien que cree que recordaría todo lo que había pasado y se da cuenta de que apenas recuerda nada.
Me parece que Diario de un canalla funciona mejor porque es un libro escrito en el momento en que Levrero está pasando por la propio crisis, y el Levrero que mejor funciona es el que se lamenta de sus circunstancias y ve los mil matices de la vida que le impiden ponerse a escribir de verdad. Es en la narración del presente donde la escritura de Levrero levanta más el vuelo, y Burdeos, 1972, por contra, se esfuerza en narrar algo que había sucedido treinta años antes, y como él mismo reconoce, no dispone de todos los mimbres, pues su memoria ha extraviado muchos de aquellos momentos.
Dos textos extraños, como casi todos los producidos por Levrero tanto en la ficción pura como en el campo de la autoficción, con apuntes valiosos, que no llegan a ser de lo mejor de su producción pero que pese a ello siguen siendo muy interesantes y a los que vale la pena acercarse, aunque creo que no como primera opción de acercamiento a Levrero.
Espero que el grupo Mondadori recupere pronto sus grandes obras y vuelvan a estar en circulación para que quienes tengan curiosidad en él puedan acceder a lo mejor de su producción.



Abandonos:
El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell: Un asesinato cruel y con un ritual que hace pensar en una venganza bien planeada durante años llega a oídos de un policía que está de baja por tener que enfrentarse, a los treinta y siete años, a un cáncer que puede acabar con su vida. El policía había conocido a la víctima del horrible crimen, pues había sido también policía, uno de sus primeros compañeros cuando entró en el cuerpo. Él lo recuerda como alguien callado, discreto, de quien nunca supo demasiado pero de quien siempre sospechó, y su horrible fin parece confirmar esa sospecha retrospectiva, que tenía miedo de algo o de alguien. Así que decide acercarse hasta la pequeña población en el bosque a la que se había retirado e investigar. Allí se encontrará pronto con un policía local que decide dejarse ayudar, con un nuevo crimen y con una historia del pasado que va ligando a la víctima y a una vecina con un pasado relacionado con los nazis. Y con el baile, claro, de ahí el título. Y poco a poco iremos viendo que la historia del asesinato es la historia de una venganza personal largos años esperada. La inclusión del elemento nazi en la trama me pareció desde el principio poco conseguida, y no logré dejarme llevar por la psicología de la antigua víctima del nazi que acabó convertido en vengador muchas décadas después. La narración va perdiendo fuerza a cambio de parrafadas donde se desarrollan sin demasiada gracia las ideas de los personajes, y en torno a la página 200 dejé la novela.


Relecturas:
Vidas de santos, de Rodrigo Fresán: He vuelto a Fresán. Después de La velocidad de las cosas decidí volver a tomar de la estantería que comparten con otros libros de Fresán éste. Su segundo libro, escrito a los treinta años, tras el éxito de Historia argentina. Creo que en Historia argentina y Vidas de santos ya está sembrada la que viene siendo desde principios de los 90 toda la narrativa de Fresán. Un dominio absoluto de la técnica, un estilo muy particular, y una capacidad de ir enlazando una historia con otra de modo que sus libros de relatos acaban pareciendo muñecas rusas, y sus novelas parecen libros de relatos, y cuando uno entra en la obra de Rodrigo Fresán se da cuenta de la inutilidad de andar etiquetando los libros con algo más que no sea: es un libro de Fresán. En Vidas de santos Fresán se muestra tan irreverente con la Iglesia, el Vaticano y la idea de Dios, con mayúsculas, como lo hacía con las grandezas de su patria en su primer libro, Historia argentina. Dios no existe, pero es un gran personaje, como alguna vez dijo algún borracho. Fresán huye, sin embargo, en ambos libros, de buscar la ofensa gratuita. Su irreverencia está llena de un ácido sentido del humor que no busca provocar, claro que los ofendidos profesionales deben odiar estas dos obras, porque si hay algo que los define es su falta de sentido del humor. En Vidas de santos nos encontramos, como en casi cualquiera de sus libros, con la reescritura de los mitos pop, y qué hay más pop y más mítico que la figura de Jesucristo, nos propone el autor. Y a través de un curioso personaje, el Cazador de santos, nos lleva a la búsqueda del gemelo perdido de Jesús, Tomás el gemelo inmortal, también conocido como Judas Tomás, también conocido como Tomás Dydimus, también conocido como Jude. Todo ello atravesando los lugares comunes de las historias de Fresán, con sus canciones, escritores, dioses y científicos, incluyendo el territorio imaginado, fronterizo y viajero de Canciones tristes a.k.a. Sad songs, donde parece que todo comenzó, alguna vez, hace mucho mucho tiempo. 

Felices lecturas

Volveremos a comentarlas en febrero

Sr. E

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