lunes, 10 de agosto de 2015

El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sábato

El escritor y sus fantasmas, de Ernesto Sábato
Ed. Austral (1963)

Leí El túnel de Ernesto Sábato durante algunas vacaciones escolares a los dieciséis años o así. Recuerdo que era una historia bastante truculenta, escrita con un estilo desnudo e impactante, un libro en el que te quedabas pensando después de cerrarlo. Ese libro formaba parte de una colección de libros que tenía mi padre, con una buena encuadernación marrón y una letra tirando a diminuta que no sé cómo era capaz de leer. En un par de años me leí (al menos los empecé) todos aquellos libros. Recuerdo, además de El túnel, El extranjero, de Camus, La familia de Pascual Duarte de Cela, La metamorfosis, de Kafka, Por quién doblan las campanas, de Hemingway, ó La balada del café triste de Carson McCullers.

No creo que entonces entendiera en toda su profundidad libros como El túnel o El extranjero, pero sí recuerdo que vi que ahí había bastante más. Una profundidad, una visión negativa de la existencia, una forma de estar en el mundo. Creo que la mejor campaña de fomento de la lectura es que los niños y los adolescentes tengan libros alrededor, en casa y en unas bibliotecas accesibles y con buenos fondos. Y quizá dejarnos de recetarles tantos libros y permitir que sean ellos los que sin jerarquía elijan sus lecturas y las vayan desentrañando a su ritmo. Hoy en día, con tanta información accesible en internet y tanto dinero metido en la narrativa juvenil eso se hace más difícil, lo sé, pero en la medida de lo posible creo que es lo deseable. Algunos de aquellos escritores me interesaron y me siguen interesando, sobre todo Kafka. A otros no he vuelto, o apenas, pero siempre he querido hacerlo, como Sábato y Camus. A Hemingway y Cela decidí no volver a acercarme, y de momento sigo en ello.

No he vuelto a leer El túnel, y hace unos meses compré Sobre héroes y tumbas pero sigue esperando en la estantería. Haciendo una visita a la librería Códex de Orihuela, rebuscando entre su fondo de armario, me topé con este El escritor y sus fantasmas, libro cuya existencia desconocía, y decidí llevármelo. Este verano estoy leyendo algo menos de ficción y un poco más de ensayo. En principio esta clase de libros, que podríamos llamar de poéticas personales, me resultan interesantes si el escritor me interesa. Hay una cierta contradicción, siempre, en hablar de las ideas de uno sobre la escritura y titularlo: El escritor. Sábato se eleva a abstracción del escritor y en ocasiones niega cualquier otra relación con la lectura y la escritura. Su camino es el camino. Por supuesto, para ahondar más en la contradicción, pese a ello, critica los consejos y valores absolutos relacionados con la escritura y la lectura. Se muestra dogmático para criticar a los dogmáticos. Pese a ello, el libro resulta muy interesante. 
 
La inmensa mayoría escribe porque busca fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde. Quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad”. pg. 98

Si nos llega dinero por nuestra obra, está bien. Pero escribir para ganar dinero es una abominación. Esa abominación se paga con el abominable producto que así se engendra”. pg. 99

El libro no tiene un orden claro. Son reflexiones que vienen debajo de un epígrafe que explica de lo que van a tratar. Algunas son casi aforismos, otras son reflexiones más densas de varias páginas. Como ideas que sobrevuelan toda la obra, Sábato desconfía de la literatura como juego, considera que es una labor de gran importancia. Cree en el escritor sufriente que expurga sus demonios a través de la escritura. Considera que el mundo es un lugar lleno de mal y que la literatura es una de las pocas cosas que pueden resarcirnos. Sábato es un escritor cercano al existencialismo, como muestra en su ficción. Algunos de los escritores por los que siente una mayor admiración y en cuya tradición se sitúa a sí mismo son Dostoyevski, Kafka o Camus. Hace lecturas interesantes de la narrativa rusa del XIX y de los cambios en la manera de escribir que trajeron consigo las primeras décadas del siglo XX. Abomina de los juegos técnicos sin otro fin que mostrarse como tales muestras de dominio de la técnica. Él mismo fue un escritor bastante experimental en Sobre héroes y tumbas y Abbadón el exterminador, pero porque consideraba que era la forma que el fondo de esas obras necesitaba, no por mero exhibicionismo, al que considera un problema de la narrativa experimental.

No hay temas grandes y temas insignificantes: hay escritores grandes y escritores insignificantes. La historia de un estudiante pobre que mata a una usurera, en manos de un cronista de diario, o en manos de uno de esos escritores que creen en el objetivismo del arte periodístico, no será más que una historia corriente de la gran ciudad. Hay miles de historias como ésas. En manos de Dostoyevski ya sabemos lo que es. Lo mismo con respecto a los personajes”. pg. 119

Sábato se coloca dentro de una tradición más europea que americana. Afirma, de hecho, que la lectura definitiva de esa tradición europea sólo podrá realizarse con la distancia geográfica suficiente que le da leerlos desde otro continente y otra realidad. Desconfía de los localismos y de las tradiciones folklóricas. No encuentra su propio lugar en el canon argentino, y la verdad es que no es un autor que encaje fácilmente al lado de un Borges, un Cortázar o un Bioy. También es cierto que desde España hablamos a veces de literatura argentina como si fuera en sí misma un género, y como cualquier narrativa tiene una realidad poliédrica en cuanto a temas y tratamientos.

El folklore tiene sus méritos propios, pero no puede ser tomado como fundamento necesario de un arte nacional. Ni Bach ni Kafka tienen raíz folklórica. Y, al revés, infinidad de productos surgidos del folklore demuestran que tampoco es suficiente para la creación de un arte grande”. pg. 64

Sábato vivió casi hasta los cien años y fue uno de esos eternos candidatos al Nobel (quizá si hubiera llegado a cumplir los cien años la Academia sueca se lo hubiera dado ese año, otros criterios peores motivan en ocasiones sus premios). Escribió tres novelas en un período de más de treinta años, y aparte de la ficción su producción fue ensayística. El boom no lo incluyó como un autor popular. Tenía fama de oscuro. Y por lo que se ve en este libro lo era en gran medida. Dice que los escritores no deben andar metidos en política, desconfía de la figura de lo que se llama intelectual, pero él tuvo alguna postura pública cuando menos polémica y aceptó cargos institucionales (a los que renunció a los pocos meses, quizá presa de un permanente espíritu de contradicción). El escritor y sus fantasmas nos sirve también para ver cómo fue su desencanto con el mundo científico (Sábato era un físico, y de los buenos, que renunció a su carrera cuando pensó que la ciencia no lo llevaría a un conocimiento más profundo del ser humano y se centró en la literatura). No estoy de acuerdo con una parte importante de su visión del mundo y la literatura (ni creo que fuera sano estarlo), pero sin duda son opiniones bien fundadas, que salen de la mano de alguien que dedicó muchas horas de su vida a leer, escribir y reflexionar sobre esa labor. Más de cincuenta años después de haberlo escrito sigue valiendo la pena leerlo con atención y discutir con él mientras se avanza en su lectura.

El pueblo de hoy no es esa fresca y virginal fuente de toda sabiduría y de toda belleza que imaginan ciertos estéticos del populismo, sino el alumnado de una pésima universidad, envenenado por el folletín de la historieta o la fotonovela, por un cine para oficinistas y una retórica para chicas semianalfabetas y cursis”. pg. 117

Más reseñas el próximo lunes
Sr. E

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